Perfil (Domingo)

Manual para anti-Macri

Cómo explicar el éxito PRO a progresist­as extremos

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Los varones de traje, pero sin corbata, camisa celeste, rosa o blanca, tonos pastel, las mujeres casual, elegantes sin exagerar, incluso de jeans, tacos bajos. Salen a bailar, revolean los pañuelos, hacen pogo, el trencito. Los globos multicolor­es vuelan desde el palco y rebotan sobre el público, que se estira para tocarlos con las yemas de los dedos. Tras varias horas de ansiedad contenida, con las baterías de los celulares agotadas, los cargadores de repuesto también vacíos, malcomidos por la tensión –una medialuna fría con jamón y queso manoteada hace varias horas, un vaso de gaseosa diet alcanzado por un asesor–, los dirigentes del macrismo por fin se liberan. Aplausos. Besos en las mejillas. Abrazos. El DJ va subiendo el volumen; mezcla éxitos de cumbia con viejos clásicos del rock nacional y guarda para el momento clave Ciudad mágica, el hit de Tan Biónica, la banda ícono de los búnkeres PRO. Las pantallas clavadas en TN muestran los números. Los zócalos lo confirman. Cada punto se festeja. En cualquier momento aparecen: María Eugenia, Horacio, Gabriela… ¡Mauricio!

El estilo elegido por el macrismo para poner en escena su alegría –la estética de su euforia soft– nos eriza. Buscando explicacio­nes, encuentro que los diccionari­os de medicina definen como “dentera” o “tiricia” un movimiento instintivo de rechazo en el sistema nervioso autónomo, el que controla las reacciones involuntar­ias del organismo, que se manifiesta en la piel y a través de una desagradab­le sensación en los dientes y las encías: los cubiertos que chirrían sobre un plato de loza, el roce de la suela de algunos zapatos contra el suelo, dos corchos frotados entre sí y el clásico de las escuelas de todo el mundo: las uñas de la maestra sobre el pizarrón.

La causa de este malestar podría remontarse al origen de la especie humana, al grito que lanzaban los monos ante una situación de peligro: es el eco de ese tono agudo, las ondas de alta frecuencia de la antigua señal de alerta, lo que hoy nos genera esa

El estilo elegido para poner en escena su alegría –la estética de su euforia soft– nos eriza

necesidad irreprimib­le de taparnos los oídos, movernos en la silla, salir corriendo de allí.

¿Qué astucia de qué razón permitió que un integrante del jet set de revistas del corazón, dotado del acervo cultural de un periodista deportivo promedio y acostumbra­do a expresarse con la inconfundi­ble fonética de las clases altas de zona norte, se convirtier­a en presidente de un país con una fuerte tradición de clase media ilustrada, una arraigada memoria igualitari­sta y una pulsión plebeya a prueba de dictaduras y represione­s? ¿Qué hizo que Macri ganara primero el Gobierno de una Ciudad como Buenos Aires, autoconceb­ida como culta y progresist­a? ¿Cómo se explica que haya logrado ser reelegido y validado electoralm­ente una y otra vez hasta el punto de imponer a Horacio Rodríguez Larreta, verdadera cabeza de su gestión, pero carente de cualquier rastro de carisma, como su sucesor?

¿Cómo hizo para traspasar las fronteras de la General Paz y romper la idea de que el suyo era un liderazgo importante, sí, pero municipal y de vuelo corto? ¿Cuáles son las razones que lo convirtier­on en el primer presidente ni radical ni peronista democrátic­amente elegido de la Argentina?

¿Cómo hizo para construir el primer gobierno de élite de nuestra historia? ¿Por qué consiguió revalidars­e en las elecciones de 2017? Y, finalmente, ¿cómo logró despejar el fantasma de la ingobernab­ilidad –el síndrome del helicópter­o– y mantenerse en el poder hasta el punto de avanzar en la construcci­ón de una nueva hegemonía?

Para responder estas preguntas es necesario reprimir el reflejo subestimad­or que a menudo nubla nuestra visión y hacer un esfuerzo por entender las angustias, los miedos y los deseos con los que logró conectar. El macr ismo no es un accidente histórico ni una simple operación de marketing político, un invento de las noches psicodélic­as de Jaime Duran Barba: es el signo de corrientes sociales Sigue en pág. 8

Es necesario reprimir el reflejo subestimad­or que a menudo nubla nuestra visión

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IMAGEN: JOAQUIN TEMES

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