Guiado por una energía que excede lo humano
Oscar A raiz, uno de los coreógrafos argentinos en actividad con más prestigio y trayectoria, a sus 77 años, transita por un nuevo vaivén institucional, dentro de este arte con escaso acompañamiento estatal. Desde hace 8 años, dirigía el Grupo de Danza de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam). Allí un grupo de 14 bailarines se desarrolló en este tiempo y realizó reposiciones de las obras creadas por Araiz en su larga carrera. La llegada de Laura Malosetti Costa, como decana del Instituto de Artes Mauricio Kagel, implicó que esta compañía se disolviera y pasara a ser un espacio de paso, de práctica para estudiantes de la institución. Desplazado de allí Araiz, sí permanece al frente del Área de Danza con la Licenciatura en Artes Escénicas. Y lo que también permanece es el grupo profesional y humano, que ahora se llama escuetamente “Compañía 2018” y que, en formato de compañía independiente.
La amalgama lograda en estos años de trabajo son la rotunda carta de presentación que, con precisión, se exhibe durante las funciones de Numen, creación original que había estrenado el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín en 1991. Ahora, el nivel de entrenamiento, interpretación y cohesión del equipo que se había originado en la Unsam solo pueden explicarse por la continuidad y la labor minuciosa de Oscar Araiz.
Es así que se ve un conjunto de 7 bailarines que se escuchan, se respiran para este espectáculo lírico, abstracto. Oscuro, no solo por el vestuario –casi completamente en tonos negros, con algún detalle blanco en los estampados– y la iluminación –casi siempre tenue–, sino también por la opacidad de lo nombrado. Numen, del latín, alude a la voluntad divina y/o a la inspiración poética. ¿Cómo se traslada esto a la danza?
El numen de Oscar Araiz tiene, sin dudas, la energía de lo insuflado por fuerzas que exceden lo humano, lo que la hipnótica música de Arvo Pärt subraya, como marcando un camino de ascensión hacia lo excelso. Sin embargo, la estructura de composición revela la lucidez de una mente que lo ha planeado y organizado. El plan combina escenas grupales, solos, dúos, tríos. En todo, prima el contraste. Durante varias escenas, sólo el lateral derecho del escenario es ocupado, mientras el izquierdo es el vacío. Una figura que se reitera, es la de bailarines colocados cabeza abajo. Hay momentos de corridas, caos, delirio, seguidos por la calma. Hay concentraciones y expulsiones hacia los extremos: casi fuera del escenario, o con los bailarines trepados en una pared en busca de un escape. Esta suerte de ritual encuentra su cierre cuando todos se quitan el calzado. Así, en un atisbo de desnudez, acaso una esencia es anunciada.