Hacer de pantalla
El último día de mayo de 1975, para inaugurar la Galería de Arte Moderno en Bologna, Fabio Mauri invitó a Pier Paolo Pasolini a “poner el cuerpo”. Esta expresión, tan gastada por el uso emotivo y afectado, nunca fue mejor aplicada que en este caso. En el torso del cineasta, ataviado con una camisa blanca y sentado en una silla alta, Mauri proyectó El evangelio según San Mateo. La película que Pasolini filmó en 1964 y se basó en el Evangelio del santo para narrar la vida de Jesús se estampó en su pecho. La performance que hicieron los dos amigos de la infancia, Fabio y Pier Paolo, se llamó Intellettuale. No era la primera vez para Mauri; ya había incursionado en convertir a directores de cine en pantallas de proyección. Salmo rojo ( Még kér a nép, 1971), del director húngaro Miklós Jancsó, pudo ser vista sobre él como parte de Oscuramento, una pieza que presentó en Roma un mes antes. La cinta de 16 mm, el proyector y la sala oscura crearon la ilusión de estar en el cine. Sin embargo, nadie pudo seguir el argumento por motivos varios. Los saltos entre el sonido y la imagen sobre esa pantalla humana produjeron gran desconcierto en el público, aun en Pasolini, que adoptó una pose rígida, casi mortal, con expresión de sufrimiento. Ser atacado por las imágenes que filmó, atravesado por los diálogos, con el cuerpo de Cristo incrustado en el propio. Tiempo después de la muerte trágica del autor de Teorema, Mauri recordó un episodio: después de esa acción, Pasolini le agradeció por haber participado. “Nadie me dio la oportunidad de repensar mi trabajo desde mi propio interior”, contó que le dijo un poco en serio, otro tanto en broma.