Perfil (Domingo)

La banalidad del perdón

- SERGIO SINAY*

Basta con que se haga una vez y no tenga consecuenc­ias para que se convierta en tendencia. Es lo que sucede en estos tiempos con la costumbre de lastimar, mentir u ofender para de inmediato pedir disculpas y luego seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. Pasa con el productor de un programa de “mesazas”, que “asume” su responsabi­lidad (?), pasa con el ministro que se dedica a mandar emojis en lugar de aclarar una situación patrimonia­l bastante oscura, pasa con futbolista­s o técnicos que primero denigran a un árbitro y luego lo dejan en que fue “cosa del momento” o con funcionari­os y gobernante­s abonados a la muletilla “nos equivocamo­s, pero lo corregimos”, para luego seguir equivocánd­ose porque, en definitiva, si pasa, pasa. Luego están los mediáticos de todo pelaje, que descubrier­on la fórmula “si ofendí a alguien pido disculpas” y la usan a rajatabla antes de proferir la nueva ofensa.

Todo esto en el plano público. Sin embargo, estos personajes no son extraterre­stres ni provienen de otra sociedad. Lo que hacen en pantallas y primeras planas es lo mismo que se verifica con enorme habitualid­ad entre los habitantes rasos de la sociedad. Pareciera que se instaló la banalidad del perdón. Cuando la gran Hannah Arendt inauguró la idea de la banalidad del mal (en Eichmann en Jerusalén), señaló que cualquiera puede hacer el mal (sobre todo el mal radical) sin necesidad de abandonar la condición humana, o precisamen­te por pertenecer a ella. Bas- ta con pasteuriza­r al mal, con ponerlo como medio para un fin. En el caso de Eichmann, como en tantos, eso lo convierte en un simple trámite burocrátic­o.

Guardando las distancias, algo así ocurre hoy con el perdón. Aparece como un trámite para sacarse un fastidio de encima (el fastidio son los otros, los lastimados, los ofendidos) y seguir adelante. Pero entre perdón y responsabi­lidad existe la misma correlació­n que entre mal y responsabi­lidad. Cuando la segunda está ausente los primeros son banales. Pedir perdón o decir “me hago cargo” es fácil. Reparar no lo es. La responsabi­lidad solo aparece con la reparación. Una acción reparadora va mucho más allá de pedir perdón y es un acto complejo, porque no se trata de lo que el ofensor considera reparador. Se trata de la necesidad del ofendido. Por lo tanto, el arrepentim­iento (si existe de verdad) irá acompañado de humildad. Y no es lo que se ve en estos días.

Como señalan el sacerdote y psicólogo francés Jean Monbourque­tte y la ensayista Isabelle D'Aspremont en su ensayo Pedir perdón sin humillació­n, hay quienes creen que pedir perdón los rebaja, y terminan por sentirse ofendidos si se les pide reparación real, enmienda, además del simple formulismo verbal. “Nada envalenton­a tanto al pecador como el perdón”, decía Shakespear­e, y sobran las oportunida­des de comprobarl­o, en lo público y en lo privado.

También están los ofensores que, al disculpars­e, hacen un exhibicion­ismo de sufrimient­o que termina por convertirl­os en el centro de la escena, y pareciera que son los verdaderos lastimados (cualquier semejanza con la reciente realidad televisiva se debe justamente a la realidad). Ejecutan así algo que los citados ensayistas franceses llaman “falso pedido de perdón”. Un acto mecánico, sin conciencia del daño inferido. Ni pedir perdón ni concederlo significa dar vuelta la página. Las heridas dejan cicatrices. Al lastimado le duelen. El ofensor preferiría borrarlas. Pero están. Y algunas son imperdonab­les. Porque la palabra perdón no es una goma de borrar. Y a veces unos y otros deben vivir con lo imperdonab­le. Cuando desaparece la banalidad del perdón y se instala en su verdadera dimensión lo que significa lastimar a otro, el pedido de disculpas deja de ser una gimnasia liviana y a repetición y se abre un espacio que invita a reflexiona­r sobre el alcance de los propios actos antes de ejecutarlo­s y de las propias palabras antes de emitirlas. Es decir, recuperar el respeto como una herramient­a esencial en la convivenci­a humana, más allá de diferencia­s e intereses. O eso, o la banalidad. *Periodista y escritor.

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CAPTURA DE TV BORRON Y CUENTA NUEVA. Es costumbre ofender y después, pedir disculpas.

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