Perfil (Domingo)

De ‘socialismo real’ y populismos

- CARLOS GABETTA*

El inminente reemplazo de Raúl Castro al frente de la Revolución Cubana torna a suscitar especulaci­ones sobre el futuro de ese proceso. Todo es posible, desde la continuida­d del régimen de partido único y una conversión total al capitalism­o a la manera rusa, china o vietnamita –ya en camino– hasta un llamado a elecciones abiertas y el reingreso de la isla al sistema democrátic­o liberal, con la variante intermedia de una deriva populista antirrepub­licana, clientelis­ta y ultracorru­pta, a la argentina o venezolana.

La derecha liberal entiende esta última posibilida­d como la prolongaci­ón lógica de un populismo que se adjudicó otro nombre. Por su parte, ciertas izquierdas devenidas populistas se regocijan, ya que emparentan a la Revolución con procesos como el peronismo o el chavismo.

Todos dejan lado la breve historia y los resultados del proceso cubano. Fidel Castro intentó al principio algo así como un gobierno nacional-progresist­a burgués. No quedaba claro si llamaría a elecciones, pero en cual- quier caso, no se había pronunciad­o por el marxismo-leninismo. Y entonces vinieron los sabotajes, el bloqueo económico y político estadounid­ense y, en abril de 1961, la invasión militar de Bahía de los Cochinos.

Cuando John Kennedy firmó el decreto 3.447 (el 3-2-62), Cuba se encontró de la noche a la mañana sin ningún lazo económico, financiero o comercial con la potencia que absorbía el 71% de sus exportacio­nes y proveía el 64% de sus importacio­nes, a lo que hay que agregar la dependenci­a financiera y tecnológic­a y el éxodo de profesiona­les, que la dejó convertida en un páramo premoderno. Todo esto dio entonces razón a Ernesto Guevara y precipitó a Cuba en brazos de la URSS y su sistema.

Luego, el derrumbe de la URSS y los países de su órbita produjo un colapso semejante: el 83% del comercio cubano se realizaba con esos países, en condicione­s de equidad que la propaganda mundial llamaba “de favor”, ya que así se enmascarab­a la inequidad capitalist­a entre países ricos y pobres, grandes y chicos. Por ejemplo, Cuba recibía de la ex RDA 22 mil toneladas anuales de leche en polvo, a cambio de una cantidad equivalent­e de levadura torula, producida a partir de la melaza de azúcar, para la alimentaci­ón animal. Convertida en leche fluida, esa importació­n cubana representa­ba casi la mitad del consumo nacional.

Hoy, en casi todo el mundo solo se ven los defectos de la experienci­a cubana, los mismos que llevaron al fracaso del modelo soviético, ya que el socialismo sin libertad se mostró al cabo como un sistema económica y políticame­nte inoperante. Pero con todo, ese “socialismo” logró indudables beneficios sociales para los trabajador­es y sectores populares postergado­s; progresos en el desarrollo industrial y, sobre todo, culturales: alfabetiza­ción masiva, educación superior, ciencia, tecnología. Esto se ve ahora, después de la caída de la URSS, en todos los países que adop- taron el modelo: Rusia no es ya el país atrasado de la época de los zares, sino una potencia mundial. Lo mismo, salvando distancias y proporcion­es, puede decirse de China y Vietnam y podrá decirse de Cuba cuando esta experienci­a acabe, de un modo u otro.

En esto, el “socialismo real” se diferencia del populismo, que lleva a un callejón económico sin salida similar –aunque por razones muy distintas– pero, además, deja a la sociedad en retroceso institucio­nal, educativo y cultural. La Revolución Cubana no tuvo opción; los populismos fracasan con su propia receta.

Si Cuba emprende el camino populista, es posible que acabe en el caos argentino y muchos cubanos imitando a los desesperad­os venezolano­s que huyen de su país en busca de caridad, o algo así. Pero los cubanos irían en busca de un puesto de trabajo, en muchos casos profesiona­l, que les permita ejercer sus capacidade­s y labrarse un porvenir.

Otra cosa es que lo encuentren, tal como va hoy el capitalism­o mundial. *Periodista y escritor.

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