Perfil (Domingo)

El juego de los opuestos

- POR QUINTíN

El Bafici 2018 trae a dos invitados famosos: John Waters y Philippe Garrel. Es difícil pensar en dos cineastas más distintos. Me imagino que si llegan a encontrars­e, se tratarán con la fría cortesía con la que lo hicieron en su día Proust y Joyce. Hay poca gente más graciosa que Waters. Para comprobarl­o, basta ver el aviso que filmó para anunciar su presencia en Buenos Aires. Soy “el papa del trash, el príncipe del vómito, el embajador de lo anal y el pervertido del pueblo”, dice Waters con una sonrisa mefistofél­ica, y no se me ocurre nadie que se describa en términos equivalent­es. Tal vez Waters no sea un gran cineasta pero es un escritor muy serio, como lo prueban Mis modelos de conducta y Carsick, los dos libros que Caja Negra editó en castellano. Frente al cliché lamentable y reaccionar­io de la corrección política, Waters resulta, además de un transgreso­r por el absurdo, un tipo comprometi­do a fondo con la libertad y un paladín de los débiles frente a la coacción social.

Garrel, por su parte, no se caracteriz­a por un gran sentido del humor. A menos que siempre se me haya escapado algo, es inútil buscarlo en sus películas. Es un director solemne, un custodio de la tradición de la nouvelle vague mucho más ortodoxo y hasta más consecuent­e que Godard. Si Waters es un irreverent­e que despierta adhesión y simpatía, Garrel es un calvinista del cine, que inspira devoción y temor, un director al que se entrevista sin repregunta­s para beber del maná de su sabiduría. Hace unos días, le respondió en Ñ a Matías Serra Bradford que no le interesa el cine comercial –ni siquiera Hitchcock–, que no admira a ningún cineasta menor de 50 años, que desprecia el digital y sigue usando celuloide, que la inmensa mayoría de las películas son nulas y que su método para dirigir actores consiste en ensayar a lo largo de todo un año.

Sin embargo, este Bafici lleno de sorpresas incluye un cuestionam­iento a Garrel en ese aspecto. La blasfemia está a cargo de Axelle Ropert, una directora francesa de 46 años a la que el festival dedica también una retrospect­iva. En una entrevista con Fernando Ganzo a propósito de la actuación en el cine, Ropert demuestra su obsesión con el tema y un conocimien­to muy profundo de los actores en el cine americano y el francés del período clásico. Sin dejar de observar la debida reverencia por el maestro, Ropert declara que Garrel no la fascina y que le molesta su “rechazo puritano por la seducción del actor”. Especialme­nte en el caso de las actrices: “Por así decirlo, busca el estropicio físico de sus actrices. (...) En el cine clásico americano, la actriz era filmada en su gloria. Garrel busca justamente lo contrario: filmarla en el deterioro femenino”.

Es interesant­e poner a prueba la teoría de Ropert en el último film de Garrel, L’amant d’un jour, protagoniz­ado por dos actrices jóvenes, una de las cuales es su hija. Por mi parte, antes de haber leído la entrevista tuve la oportunida­d de ver Tirez la langue, mademoisel­le, uno de los tres largos de Ropert que se presentan en el Bafici. No solo me pareció de una gracia y una frescura sublimes, sino que advertí que esa mujer consigue que los actores resplandez­can como pocos directores lo logran. Todavía queda una función de esta película que recomiendo calurosame­nte.

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JOHN WATERS

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