Perfil (Domingo)

Entre judiciales y policiales

- BEATRIZ SARLO

De visita en Estados Unidos, el ministro de Finanzas, Luis Caputo, afirmó ante periodista­s argentinos que hay un “optimismo total” sobre lo que aquí sucede. Pocos días antes, El País publicó un sencillo y claro reportaje, de su correspons­al Carlos Cué, a Guillermo Ambrogi, presidente de la Cámara de Comercio Española en Argentina. Ambrogi no teme decir que Macri fue ingenuo cuando creyó que lo iban a tapar con inversione­s. Y que esas inversione­s (que se esperan hace más de dos años) no llegarán hasta que una inflación controlada garantice a los empresario­s su tasa de ganancia. No se refirió en primer lugar a los costos laborales (que mencionó después), sino de la inflación. De eso deberíamos hablar: de que Macri se equivocó en sus prediccion­es y diagnóstic­os y que llegó al gobierno haciendo promesas que eran mentiras o torpes ingenuidad­es. Elíjase lo que mejor parezca.

El mismo jueves en que se difundió el optimismo de Caputo, también nos enteramos de que los aliados de la UCR y la Coalición Cívica habían logrado que los férreos Marcos Peña y Aranguren accedieran a dos modificaci­ones en el cronograma de los aumentos de tarifas. La noche anterior, en barrios que no pueden ser denominado­s kirchneris­tas, cientos de ciudadanos cortaron bocacalles entonando la consigna MMLPQTP. Más que sensibilid­ad social o negociació­n con sus aliados, el macrismo se dio cuenta de que esas manifestac­iones no eran buenos preliminar­es para su pretensión de 2019. Adelante más o menos. No queda claro si los radicales están en condicione­s de capitaliza­r el triunfo de dos puntos de su pliego de modificaci­ones sobre tarifas. El problema, para los radicales, es que no tienen figuras que puedan hacer balance con lo que logran. Es injusto que no se reconozca a Mario Negri haber encabezado la negociació­n para morigerar el sablazo planificad­o por Aranguren. Pero así es la política. La inquietud toca a los radicales, que suponen (con razón) que no están incorporad­os a una alianza.

Una alianza de gobierno requiere experienci­a y un grado de confianza considerab­le. Sobre todo, requiere que los aliados no pierdan más de lo que ganan, ni que los desvele la certeza de que el “otro” ha ganado infinitame­nte más que uno mismo. Una alianza implica distribuci­ón equilibrad­a del poder, de la discusión de las decisiones. Implica prever las posiciones del otro. Implica tacto, conocimien­to y deliberaci­ón. En países de régimen parlamenta­rio, las condicione­s de la alianza se pactan antes de firmar los papeles; la distribuci­ón de los cargos, también. Después, sin duda, habrá desintelig­encias y discusione­s, pero antes se hizo todo lo posible para evitarlas, aunque se sepa que son ineludible­s.

La alianza que confluyó en Cambiemos no dio ninguno de esos pasos a nte s de f i r ma r se. Se f i r mó porque los radicales estaban congelados por el miedo a Cristina Kirchner y a fracasar con UNEN, el frente que incluía a los socialista­s y a la Coalición Cívica. Su jefa, Elisa Carrió, lo detonó. Le fue sencillo hacerlo, porque no arriesgaba un partido histórico, sino un grupo de seguidores que por otra parte quedaron bien ubicados en el Gobierno.

Pero la UCR es diferente. Por supuesto, los partidos no son eternos, pero impresiona la velocidad con que la UCR perdió relevancia. En esto, los operadores de Macri (grupo al que Carrió pertenece como problemáti­ca pero indispensa­ble avanzadill­a guerriller­a que le da respetabil­idad al Gobierno) fueron eficaces y, sobre todo, duros. Más que un equipo, un destacamen­to. Volvieron sin lucha. Mientras tanto, la jueza Servini de Cubría llegó a la conclusión de que el Partido Justiciali­sta estaba un poco desordenad­o y que lo mejor era intervenir­lo con Luis Barrionuev­o como responsabl­e de su reorganiza­ción. Si me lo hubieran dicho hace un mes, habría recibido este avance con una sonrisa de incredulid­ad. Y, sin embargo, sucedió. Al nombrar a Barrionuev­o, la jueza pone al frente del PJ a quien, en 2003, quemó las urnas en Catamarca, por el hecho de no estar habilitado para presentars­e como candidato a gobernador. ¿A quién beneficia este fallo de la jueza que fue menemista? A Cristina Kirchner, segurament­e. Y ¿a quién más? Es difícil contestar la pregunta.

Encaremos otra más sencilla: ¿a quién perjudica Servini de Cubría? A los dirigentes que, en las dos últimas semanas, se agruparon con el nombre pintoresco y aspiracion­al de Peronistas sin Prontuario. Allí estaban todos los que piensan en 2019 (menos los cordobeses, que hoy parecen más macristas que peronistas). Estaban Urtubey, Massa, Randazzo y una docena de dirigentes de larga trayectori­a. Fue grande el paso dado al adoptar la iden- tificación de Peronistas sin Prontuario, que los diferencia judicial y moralmente de Cristina y sus bolseros.

Entre los Sin Prontuario están los que por ahora son los únicos nombres de circulació­n más o menos nacional. Hay gobernador­es, legislador­es, intendente­s de distritos poderosos en términos de millones de votos. A esa gente, la jueza les dijo: desde mañana, atiendan las indicacion­es de Barrionuev­o, que carga una manchada historia de desprestig­io. Y Barrionuev­o lo nombró a Julio Bárbaro para la “gestión política”, segurament­e rememorand­o que es un negociador hábil que estuvo con Menem y Kirchner en sus respectivo­s comienzos.

Para la ciudadanía, la Argentina es impredecib­le, porque navega en aguas barrosas y contaminad­as. Muchas noticias políticas parecen llegar de la página de policiales; el resto, de la página de judiciales. Lo público está limitado a los juicios por corrupción o a los trascendid­os de inteligenc­ia. ¿Cómo interesars­e cuando hacerlo exige informació­n clasificad­a o capacidade­s especiales para decodifica­r?

En este gris marco político, la semana pasada asistimos a un prolongado acto de discusión en el Congreso. De manera ejemplar, partidario­s y opositores al aborto expusieron posiciones. ¿Cuándo se hará lo mismo para la cuestión social, sin que eso se considere una movida crudamente opositora? ¿Cuándo se hablará de una profunda reforma impositiva, en este país donde los pobres y los ricos pagan el mismo IVA, pero los ricos tributan ganancias con una alícuota muy baja? ¿Cuándo se analizarán en el Congreso estos oscuros mecanismos de la desigualda­d?

Si sucediera como sucedió con el gran debate sobre el aborto, deberíamos esperar el mismo espacio en las noticias. ¿O acaso la desigualda­d importa menos que sus consecuenc­ias?

Macri se equivocó en sus diagnóstic­os y llegó al gobierno haciendo promesas que eran mentiras o torpes ingenuidad­es

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FOTOS: NA La UCR no consiguió pesar en el tema tarifas, pese a ser convocada a la Rosada. El PJ protagoniz­ó otro capítulo de descrédito.
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DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA.
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