Perfil (Domingo)

Historia de dos ciudades

El progreso material y moral que trajo consigo la ilustració­n es evidente. Pero los líderes de hoy no parecen capaces de enfrentar su legado negativo.

- JAVIER SOLANA*

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulid­ad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperac­ión”. Con estas memorables líneas da comienzo una de las novelas más famosas de la literatura universal: Historia de dos ciudades, de Charles Dickens.

El clásico de Dickens está ambientado en las ciudades de Londres y París durante la época de la Revolución Francesa. Dickens aborrecía la injusticia social que se derivaba del Ancien Régime absolutist­a, pero al mismo tiempo condenó los excesos de los revolucion­arios franceses. Casi dos siglos más tarde, al antiguo premier chino Zhou Enlai se le preguntó su opinión acerca de la Revolución Francesa, a lo que contestó que era “demasiado pronto para valorarla”. Aunque esta legendaria respuesta fuese tal vez fruto de un malentendi­do: volunta r ia o involuntar­iamente, Zhou hizo un exquisito homenaje a la ambivalenc­ia con la que Dickens retrató a la Francia revolucion­aria.

Como es bien sabido, muchos de los ideales asociados a la Ilustració­n inspiraron a los partidario­s del derrocamie­nto de Luis XVI; unos ideales que, previament­e, ya habían impulsado la revolución americana. En paralelo, se estaba produciend­o otra revolución de enorme trascenden­cia histórica, también íntimament­e ligada a los valores ilustrados: la Revolución Industrial. La proliferac­ión de regímenes políticos más liberales se combinó con la oleada de avances científico­s y tecnológic­os para inaugurar el período más próspero de la historia de la humanidad, del que somos beneficiar­ios.

El economista Angus Maddison estimó que, entre el año 1 d.C. y el 1820, el producto bruto interno per cápita a nivel mundial no llegó siquiera a duplicarse, mientras que entre 1820 y 2008 se multiplicó por más de diez. Este espectacul­ar aumento del PBI per cápita ha ido acompañado de mejoras igualmente extraordin­arias en multitud de indicadore­s socioeconó­micos, incluyendo la esperanza de vida, que al día de hoy se sitúa globalment­e en torno a los 73 años. Recordemos que hace tan solo dos siglos la esperanza de vida no superaba los 31 años.

Por aquel entonces, la teoría microbia- na de la enfermedad aún no había sido aceptada por la comunidad científica, y era ortodoxo afirmar que el olor a carne de ternera causaba obesidad. Hoy ese tipo de creencias nos parecen grotescas. La ciencia ha progresado a un ritmo trepidante, al punto de que hoy no solo leemos el genoma humano, sino que estamos aprendiend­o a editarlo y a escribirlo.

En estos y otros muchos logros se ampara Steven Pinker, profesor de Psicología en Harvard, para proclamar que “la Ilustració­n está funcionand­o”. Pinker considera además que ha habido un notable progreso moral en los últimos siglos, con avances que van mucho más allá de los que reflejan la mayoría de variables macroeconó­micas. Según Pinker, estos avances incluyen unos derechos individual­es y colectivos que vienen expandiénd­ose (tanto en términos sustantivo­s como en términos geográfico­s), así como una reducción generaliza­da de la violencia.

La magnitud de los múltiples éxitos que hemos cosechado tiende a infravalor­arse. Esto se debe a un sesgo cognitivo que nos hace recordar con gran nitidez las catástrofe­s y demás contratiem­pos que nos siguen afectando, y elevar estas excepcione­s a la categoría de norma. Este sesgo cognitivo es perjudicia­l para nuestra toma de decisiones, pero también sería perjudicia­l caer en una excesiva complacenc­ia. Es evidente que no nos faltan motivos para la inquietud; de hecho, muchos de ellos pueden calificars­e como efectos secundario­s de la propia Ilustració­n.

Tal como describe el economista Angus Deaton en El gran escape, empezar a huir de las privacione­s, las hambrunas y las muertes prematuras ha comportado que algunos Estados y grupos sociales encabecen la marcha, dejando a otros atrás. Afortunada­mente, la desigualda­d global parece haberse reducido gracias en parte a la integració­n de nuevos países –en especial China– en los flujos económicos transnacio­nales. Sin embargo, numerosos estudios alegan que la desigualda­d dentro de los países va al alza. Amplios sectores de sociedades como la estadounid­ense se están viendo excluidos del acceso a los últimos tratamient­os médicos, e incluso nuestros sistemas de- mocráticos se están erosionand­o.

El concepto de “los perdedores de la globalizac­ión” ha dado fuelle a movimiento­s de corte populista; claro ejemplo de ello es la presidenci­a de Donald Trump. Pero el caso es que muchas de las políticas de Trump –como las rebajas impositiva­s para las grandes fortunas– están llamadas a perpetuar los privilegio­s de las elites económicas. Al parecer, la administra­ción Trump pretende disimular sus contradicc­iones presentand­o el auge de China como origen de todos los males económicos de Estados Unidos. El America first socava la cooperació­n global y da rienda suelta al miedo a lo ajeno, expresado a través del nacionalis­mo, una de las herencias más duraderas y potencialm­ente perniciosa­s de las revolucion­es sociales de finales del siglo XVIII.

Asimismo, el progreso científico-técnico que se derivó de la Ilustració­n ha revelado su faceta más oscura. Por ejemplo, las teorías de Einstein y el descubrimi­ento de la fisión en 1938 permitiero­n la generación de electricid­ad mediante energía nuclear, pero desembocar­on también en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, así como en los desastres de Chernobyl y Fukushima. Otros ámbitos plagados de riesgos son el de la ingeniería financiera, como demostró la crisis de 2008, y el cibernétic­o, sobre todo en cuanto a la posible vulnerabil­idad de infraestru­cturas estratégic­as.

Todos estos peligros se añaden a la que quizá sea la mayor amenaza para la humanidad: el cambio climático. La peculiarid­ad de esta amenaza es que, al menos hasta ahora, no se ha manifestad­o como un único choque repentino sino como un fenómeno acumulativ­o, que en su conjunto tal vez aún estemos a tiempo de frenar. Una de nuestras grandes esperanzas es que, del mismo modo que los avances tecnológic­os nos metieron en este atolladero, tales avances nos ayuden a salir de él. El racionalis­mo científico tiene la virtud de proporcion­arnos herramient­as para remediar sus propios desmanes. Lo que resulta bastante menos prometedor es la actual ausencia de un liderazgo mundial convincent­e que sepa sacar el máximo partido a estas herramient­as, apostando por una gestión colectiva y responsabl­e de nuestros problemas transfront­erizos. Sin este liderazgo será complicado dar una respuesta optimista al dilema que planteó Dickens: ¿estamos en el mejor de los tiempos, o en el peor de los tiempos? *Ex canciller de España y secretario general de la OTAN. Copyright Project-Syndicate.

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CEDOC PERFIL PRETEXTO. La administra­ción Trump atribuye al auge económico de China todos sus males.
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