Pensar en voz alta
La divertida comedia Sin filtro de Florian Zeller, estrenada en el Paseo La Plaza, apela a un recurso muy eficaz: los protagonistas (Gabriel Goity y Carola Reyna), un matrimonio que recibe en su casa a un amigo y a su nueva pareja, transmiten al público lo que cada uno está pensado e inmediatamente dicen algo distinto de lo que piensan, provocando así risas en la platea.
La técnica de hacer que los personajes de una obra piensen algo diferente de lo que expresan ya había sido usada acertadamente por otros autores. El caso más lejano que recuerdo es el de la obra Extraño interludio, de Eugene O’Neill, que se estrenó en Nueva York en 1928 y que ganó el Premio Pulitzer. La obra de nueve actos, que duraba casi cinco horas, incluía largos monólogos en los que los personajes transmitían sus pensamientos al público y narraba la historia de una joven que enviudaba de un combatiente que moría en la Primera Guerra Mundial sin haber consumado su matrimonio, y que luego se enredaba en breves romances hasta casarse con un hombre cuya familia tenía antecedentes de locura y temía que esas patologías pudieran ser heredadas por el hijo que esperaba. Su temor la llevaba a pensar en un aborto y luego en tener un hijo con otro hombre. La obra transitaba entre diálogos y soliloquios que revelaban la verdadera psicología de los personajes.
Este esquema se repite en la película Boquitas pintadas, de Leopoldo Torre Nilsson, basada en la novela de Manuel Puig. Los prejuicios que caracterizaban a los habitantes de un pueblo pequeño en los años 40 no permiten a los personajes expresar libremente sus verdaderos pensamientos y los diálogos están cargados de hipocresía.
La televisión empleó acertadamente este recurso en 1958 en el programa ¿Qué dice una mujer cuando no habla?, protagonizado por Iris Láinez. Allí la actriz semanalmente enfrentaba a la cámara en primeros planos y sus pensamientos en voz alta evaluaban la conducta de los demás personajes de cada historia.
La dualidad pensamientoexpresión apreció también en la historieta. El otro yo del Dr. Merengue, de Guillermo Divito, que se publicaba en la revista Rico Tipo en los años 50, es el caso paradigmático. El personaje era un abogado cuyos pensamientos eran irónicos y burlones hacia aquellos con los que dialogaba. En algunas historietas, los pensamientos solían indicarse en un óvalo con tres pequeños círculos, tal como se muestra ahora en el afiche y el programa de la recomendable obra Sin filtro.