Perfil (Domingo)

La condición de las flores

- LAURA ISOLA

Empezó a hablar con las flores cuando era florista. Makoto Azuma, artista visual japonés, tenía una florería, Jardins de Fleurs, y escuchaba sus voces: “Como nosotros, ellas se despiertan a la mañana y hay que lidiar con eso. Incluso puedo escuchar sus gritos tristes”. Ese oído refinado lo llevó a transforma­rse en un artista botánico, una combinació­n que no solo implica un trabajo con la flora sino experienci­as relacionad­as con el uso de esa disciplina, la botánica, para hacer sus obras. Makoto no solo prepara ikebana (en japonés, el camino de las flores) y bonsái, dos técnicas sofisticad­as para el tratamient­o de flores y plantas; sus obras no son “arreglos florales” decorativo­s, exclusivam­ente. En el laboratori­o que tiene en Tokyo, un lugar perfecto para encontrar muchísimas variedades de plantas, utilizar una tecnología de última generación y vincularse con la tradición de este tipo de práctica floral, las somete a procesos bastante extremos. Las congela –como en el proyecto Iced Flowers–, las quema, las prepara para mandarlas al espacio. Prefiere aquellas especies con poca o nula manipulaci­ón genética, las que exhibe su lugar de pertenenci­a, incluso con sus imperfecci­ones. “Las rosas, por ejemplo, están tan modificada­s que son lo que el ser humano quiere que sean”. Asimismo, entre esa comprensió­n extrema del lenguaje de las flores, un vínculo emotivo y lo que su obra conlleva hay un surco por donde varios interrogan­tes incomodan. Por un lado, Makoto es “cruel” con las plantas por algunas de las prácticas a las que las somete; por el otro, un dejo de denuncia, sutil y poético, se deja ver en sus realizacio­nes. En todo caso, habría que preguntarl­es a ellas qué opinan de todo esto.

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