La condición de las flores
Empezó a hablar con las flores cuando era florista. Makoto Azuma, artista visual japonés, tenía una florería, Jardins de Fleurs, y escuchaba sus voces: “Como nosotros, ellas se despiertan a la mañana y hay que lidiar con eso. Incluso puedo escuchar sus gritos tristes”. Ese oído refinado lo llevó a transformarse en un artista botánico, una combinación que no solo implica un trabajo con la flora sino experiencias relacionadas con el uso de esa disciplina, la botánica, para hacer sus obras. Makoto no solo prepara ikebana (en japonés, el camino de las flores) y bonsái, dos técnicas sofisticadas para el tratamiento de flores y plantas; sus obras no son “arreglos florales” decorativos, exclusivamente. En el laboratorio que tiene en Tokyo, un lugar perfecto para encontrar muchísimas variedades de plantas, utilizar una tecnología de última generación y vincularse con la tradición de este tipo de práctica floral, las somete a procesos bastante extremos. Las congela –como en el proyecto Iced Flowers–, las quema, las prepara para mandarlas al espacio. Prefiere aquellas especies con poca o nula manipulación genética, las que exhibe su lugar de pertenencia, incluso con sus imperfecciones. “Las rosas, por ejemplo, están tan modificadas que son lo que el ser humano quiere que sean”. Asimismo, entre esa comprensión extrema del lenguaje de las flores, un vínculo emotivo y lo que su obra conlleva hay un surco por donde varios interrogantes incomodan. Por un lado, Makoto es “cruel” con las plantas por algunas de las prácticas a las que las somete; por el otro, un dejo de denuncia, sutil y poético, se deja ver en sus realizaciones. En todo caso, habría que preguntarles a ellas qué opinan de todo esto.