La agenda de los 50 años
después seguí de largo porque tenía un curso. Bueno, al día siguiente, o dos días después, no me acuerdo, hay un quilombo. Esta gente, con Cohn-Bendit y algún otro movimiento, deciden ocupar La Sorbonne. Yo vivía muy cerca, a unas diez cuadras del Barrio Latino. La rebelión estudiantil empieza ahí. La policía quiere desalojar y se prende una mecha que no tiene fin. Pero lo más novedoso de todo eso no es la rebelión estudiantil, que la hubo también en otros lugares, sino que hubo una huelga general de treinta días, es decir, se dejó de laburar durante un mes. Imaginate vos que todo el mundo deje de laburar un mes en Buenos Aires. Acá en Buenos Aires no queda uno vivo: la gente aprovecha la energía para reventar al vecino. Bueno, ahí no: se hizo una fiesta.
—Acá al poco tiempo tuvimos el Cordobazo...
—Acá todo termina en un quilombo. Eso fue una fiesta. El tuteo se universalizó. Los alumnos le decían a los profesores: “Esperá, no sigas. ¿Sabés qué? Esto nos importa un carajo. Lo que estás diciendo nos importa un carajo. No sirve para nada. O cambiás de tema o te vas”. En cuestión de horas se dio un cambio extraordinario.
—¿Y vos cómo lo viviste?
—Hice barricadas, tiré algún adoquín, estuve en medio de gases. Yo tenía un departamento compartido con amigos en una planta baja y lo hicimos enfermería. Todo fue en unos días. Después empezó un reflujo. Me fui a Suecia un fin de semana, volví.
—¿Por algún motivo?
—Sí, porque se recibía de bachiller un amigo sueco. Fui, volví y después empezó el reflujo. Las cosas se fueron poniendo en orden. El gobierno creó la universidad de Vincennes. Yo seguí en la Sorbonne, pero le agregué filosofía en Vincennes. El director del departamento era Foucault. Yo no lo sabía, pero sabía que los althusserianos iban a ir ahí, entonces hice mis cursos en Vincennes y, claro, si comparo La Sorbona a la que entré con lo que era Vincennes, ¿cómo te puedo decir? Era como entrar a un monasterio trapense, eso era La Sorbona, y después a un hospicio. Vincennes era el Borda. Ahí estaban los genios y los locos. Faltaba el Marqués de Sade nada más. Ahí conocí a estos enormes profesores y a Foucault, en un ambiente delirante donde los más conservadores eran los trotskos.
—¿Y a Foucault cómo lo trataban?
—A Foucault lo trataban bien porque era muy vivo: Foucault estaba de acuerdo con todos. Por eso era el director del departamento. Le parecía fenómeno todo. Distintos ciclos, encuentros y muestras conmemorativas tendrán lugar en Buenos Aires durante mayo. Este miércoles, en el marco de la Feria del libro, se llevará a cabo la Mesa de debate “De la Revolución Rusa al Mayo Francés”. Con participación de Lucía Alvarez, Ma r tín Ba ña y Pablo Stefanoni. A las 18.30 en la sala Adolfo Bioy Casares. Por otro lado “In- surgencias 68” es una muestra que exhibe parte del valioso patrimonio de la Biblioteca Nacional. Entre otros documentos se destacan registros fotográficos del Archivo de Crónica sobre el Mayo Francés, la Primavera de Praga y el movimiento estudiantil mexicano, ensayos, literatura y poesía alusivas, testimonios audiovisuales y material bibliohemerog rá fico
—Hay un grafitti, dirigido a él y a los estructuralistas, que después se hizo bastante célebre: “Las estructuras no salen a la calle”.
—Alguien dijo eso, sí. Pero él estaba de muy buen humor. A mí me encantó eso. Que estuviera de tan buen humor en medio de asambleas donde lo único que faltaba era que la gente cogiera. Estaba de muy buen humor, le daba la palabra a todo el mundo y después se iba a la mierda. Y al año y medio se fue al carajo. Dijo: yo ya que permite reconstruir algunos episodios fundamentales como Experiencias 68 en el Instituto Di Tella y la toma de la Casa Argentina en París. A partir del martes 22. En la Alianza Francesa se desarrollará el ciclo “El Mayo Francés en Argentina, influencias y consecuencias”. Con conferencias y proyecciones audiovisuales. Del lunes 14 al miércoles 23. de locos escribí bastante, y se fue a dar sus cursos al College de France, amparado por toda una estructura piramidal, casi monárquica. Pero todo esto tuvo sus consecuencias en el terreno teórico.
—Claro, el estructuralismo empieza a resquebrajarse.
—Se va a la mierda. Se terminó la época del saber epistemológico y empezó esta gran palabra, que es el “poder”. Todos empezaron con el poder. Foucault, Microfísica del poder, Vigilar y castigar, La verdad y las formas jurídicas; Deleuze, el poder y el deseo...
—Se empieza a consolidar el “postestructuralismo”...
—Mirá, qué sé yo. Si querés llamarlo postestructuralismo llamalo así. En todo caso, el poder era el tema, el poder y el deseo, mientras que antes había sido la palabra y la ley, la ley en el sentido lingüístico, pero se le escapó a la lingüística.
—¿Y la figura de Sartre?
—La figura de Sartre fue un símbolo del Mayo Francés porque al viejo, que no le daba pelota a nadie, lo sacaron de su casa y lo llevaron a una de esas asambleas enormes que se hacían en el anfiteatro de La Sorbonne. Antes de hablar le pusieron un papelito: “Sé breve”. Después Sartre se acopló a las derivaciones con los grupos maoístas, que eran los más fachos de todos. El fascismo rojo.
—Pero la figura de Sartre ahí se engrandece un poco, no
Bueno, él sale a la calle con el megáfono. Iba a las fábricas con los maoístas, lo llevaban de un lado a otro, pero no como figura filosófica. Ya no hubo vuelta a eso.
—¿Y vos qué es lo que más recordás de esa experiencia cuando la evocás?
—La alegría. Y fundamentalmente el espíritu de Cohn-Bendit. No fue una sola persona..., pero ese espíritu era el mejor. Los trostkos son los de siempre. Los chinos querían romper todo. Y éste, Cohn-Bendit, en un discurso dirigido a la nación, en cadena nacional, dijo: tenemos que interrumpir el paro nacional. ¿Qué tenemos que hacer? Volver a ocupar nuestros puestos de trabajos, en las fábricas, en las empresas, en las universidades, ¡y manejarlos nosotros! Yo dije: este tipo es un genio. Yo compro...
—Me llama la atención que vos, a cincuenta años, ves a un muchacho con alegría, tirando adoquines...
—No por los adoquines. Yo creo que hay que cuidar a la ciudad. Hoy en día diría: es un acto de vandalismo. Pero yo tomé mucho de eso. Para mí fue muy importante. Lo incorporé a mi modo de ser...
—Toda esa cosa irreverente, desacartonada, de algún modo te viene de ahí...
—Los protocolos son para tirarlos a la mierda, ¿viste? Nunca pude ser un institucionalizado. Huí de todo eso. Mi seminario de los jueves fue eso. Cualquiera podía venir, cualquiera podía decir lo que quisiera: nadie era profesor de nada. Ahora, yo tengo mi modo de ser, que es como el de CohnBendit: a laburar. Porque la irreverencia sola es fácil: mandás todo a la puta que lo parió, y mirá qué irreverente... Pero eso no es irreverencia. Irreverencia sin laburo no es nada.