Perfil (Domingo)

Triple crimen en la 31. Las víctimas fueron descuartiz­adas antes de ser incinerada­s en la villa.

Los cuerpos de una pareja y un cocinero fueron hallados calcinados el 9 de marzo. Creen que antes de ser ejecutados con proyectile­s 9 mm. estuvieron cautivos en “La Carnicería”.

- CECILIA DI LODOVICO

Para los pesquisas los mataron por denunciar la usurpación de una casa en la Villa

Liz de la Cruz intentó abrir la puerta. No pudo. Alguien había cambiado la cerradura y la numeración de la casa 251 de la manzana 111 de la villa 31 de Retiro, la misma por la que su marido, Robinson Pachau Quille, había pagado 400 mil pesos en 2015. No podía equivocars­e, el rostro del compositor puertorriq­ueño Héctor Lavoe trazada en el frente, no dejaba lugar a incertidum­bre. Su hogar –al que el matrimonio había regresado para escapar de la venganza de un narco con el que residían en una casa tomada de la calle Otamendi al 100– había sido usurpado. Ese mismo día, el 15 de enero de 2018, Liz radicó la denuncia en la comisaría 46ª de la Ciudad de Buenos Aires.

Horas más tarde, la mujer habría recibido una llamada de prisión: “Ustedes ya son personas muertas por lo que hicieron”. La voz del otro lado del teléfono sería la de César Morán de la Cruz, alias “El Loco”, el capo narco más sanguinari­o de la Villa 31. Una comunicaci­ón posterior, esta vez con Pachau Quille, zanjó las diferencia­s. La pareja pagaría un “peaje” por el derecho a esa vivienda y recuperarí­an su propiedad y pertenenci­as. Pero el aparente acuerdo se reveló meses más tarde como una trampa. El jefe ya había dado la orden: los cuerpos de Liz de La Cruz, de 27 años, y su marido, de 28, ardieron en un carro –junto a su amigo, el cocinero Gerson “Cachete” Mendoza Silva– la madrugada del último 9 de marzo, frente a la casa 80 de la manzana 103.

“Robin”, como lo conocían a Pachau Quille, se dedicaba a la venta de ropa y, aseguran fuentes del caso, al narcomenud­eo. Solía, en esa tarea, migrar en los veranos a Villa Gesell. “Se mostraba como una persona exitosa. Tenía dinero y lo ostentaba. Se compraba buena ropa y circulaba con autos nuevos”, indicó una persona allegada al peruano. Otros lo describen como “un llanero sol ita r io”, es decir, no pertenecía a ninguna de las organizaci­ones que operan en la Villa 31 y, por lo tanto, carecía de protección. Cuatro meses antes de ser asesinados, entre noviembre y diciembre de 2017, “Robin” y Liz viajaron a Perú para dejar a sus hijos de 2 y 7 años al cuidado de sus abuelos.Estaban preocupado­s, además, porque creían que en el fuero federal había una causa con el apellido Pachau Quille. Tras un breve paso por Bolivia, volvieron al barrio de Retiro en enero. Habían logrado convencer a “Cachete” de acompañarl­os. Luego de recuperar la casa, reactivaro­n el restaurant­e que había instalado el inquilino anterior. Robin continuaba con su negocio en soledad, mientras “Cachete” cocinaba. El joven de 22 años, que llegó al país en 2014, no se sentía cómodo con la situación.

Sospechan que un capo narco habría ordenado los crímenes desde la cárcel

Quería regresar a Perú, pese a sus antecedent­es en ese país: figuró, hasta ser asesinado, en el programa de recompensa­s de Perú por robo y violación. Durante su estadía, los tres recibieron amenazas, eran hostigados y golpeados. El rumor viajaba por los pasillos de la 31 bis: alguien poderoso quería la casa que ocupaban.

Robin era alto y algo corpulento. No retrocedía ante las peleas. Tal vez, por esa razón, la noche del crimen, un grupo de hombres bebió alcohol con él hasta que casi no pudo sostenerse. En ese momento, uno de ellos le colocó una gorra roja. Esa fue la señal. De la oscuridad emergieron personas vinculadas a la organizaci­ón comandada por “El Loco”. Entre ellos, según la investigac­ión, se encontrarí­a “El Contador” también conocido como “Piña” o “Piñata” –lugartenie­nte del capo, prófugo en la causa–, secundado por “Remi” (capturado y liberado por falta de mérito). Lo redujeron a los golpes y lo metieron en la casa adornada con el mural de Lavoe. Allí estaban Liz y Gerson.

Los peritos que trabajaron en el caso encontraro­n orificios de 9 mm en los cráneos de los dos varones. La mujer, en cambio, recibió los tiros a la altura del tórax y el abdomen. Dos proyectile­s fueron hallados en los cuerpos calcinados. Los especialis­tas creen que las víctimas estuvieron privados de su libertad y que fueron torturadas antes de ser ejecutadas –“la firma” que dejan los sicarios del Loco César–. Un tabique fracturado y golpes en el rostro da- rían cuenta de esa situación.

Una vez asesinados, fueron desmembrad­os para ser colocados en bolsas de residuos y, luego, envueltos en alfombras para que el fuego los consumiera. La sangre que bañó una de las habitacion­es de la casa 251, podría ser la huella de la mutilación, aunque los detectives que trabajan en el caso sospechan que la matanza se produjo en una vivienda conocida como “La Carnicería”, ubicada en la casa 52 de la manzana 105.

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FOTOS: CEDOC PERFIL COCINERO. Gerson Mendoza Silva, una de las víctimas. Trabajaba en el local de la pareja asesinada.
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