El matadero
Se dice que empezó pintando peces, vegetales, pollos y carne, casi como alucinaciones, por el hambre que tenía. Chaim Soutine fue pobre en Rusia, donde había nacido en 1893, con su padre sastre y sus diez hermanos. Siguió en la misma condición en Minsk y Vilna donde estudió y también en París, cuando llegó en 1913. Se estableció en Montparnasse y se hizo muy amigo de Modigliani con quien compartió frenesí por la pintura, fueron modelos el uno del otro, y miseria, en cantidades equivalentes. Para Soutine, era muy difícil, casi imposible, pintar sin modelo. Por eso, como la comida escaseaba hacía lo imposible con conseguir un ave o verdura que no se comería, pero sí pasaría al lienzo. Nada cambió, cuando tuvo dinero y eso fue a partir de 1923 que un coleccionista se encantó con lo que hacía. En realidad, si bien no modificó los hábitos, estar rodeado de alimentos en mal estado, solo los incrementó. Compró la mercadería completa de una carnicería para poder realizar la serie de cuadros de carne de vaca. En su estudio colgaban las medias reses, las cabezas de ganado, un chorreadero de sangre. Tanto es así que un día entró Marc Chagall y pensó que su amigo Soutine había sido apuñalado. Los que no estuvieron ni contentos ni de acuerdo con este despliegue de vísceras que se iban pudriendo fueron sus vecinos. Lo denunciaron a las autoridades sanitarias por el olor insoportable. Se comprometió a ponerles formol, pero los bifes se le secaban y no tenían buen aspecto para poder copiarlos. Entonces, “los volvía a la vida”, golpeando los pedazos con carne fresca. Para seguir con la biografía gástrica de este genial pintor, cabe decir que murió de una tremenda úlcera, mientras se escondía en las afueras de París, a los 50, temeroso de la persecución nazi por su origen judío.