Perfil (Domingo)

Un país de no ficción

Los Estados Unidos de la novela de Clinton

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Nuestra democracia no podrá sobrevivir a su actual deriva hacia el tribalismo, el extremismo y el resentimie­nto más furioso. En Estados Unidos vivimos hoy inmersos en un “nosotros contra ellos”. La política ha quedado reducida a un deporte sangriento. En consecuenc­ia, no ha hecho sino aumentar nuestra disposició­n a creer lo peor sobre todo aquel que se encuentre fuera de nuestra burbuja, no ha hecho sino disminuir nuestra capacidad para resolver problemas y aprovechar las oportunida­des.

Hay que hacer mejor las cosas. Tenemos nuestras sinceras diferencia­s. Necesitamo­s debates enérgicos. El escepticis­mo sano es bueno, nos impide ser demasiado ingenuos o demasiado cínicos. Pero resulta imposible preservar la democracia cuando se seca por completo el pozo de la confianza. Las libertades consagrada­s por la Declaració­n de Derechos y el sistema de pesos y contrapeso­s de nuestra Constituci­ón fueron ideados para evitar las heridas autoinflig­idas a las que nos enfrentamo­s hoy. Sin embargo, tal y como nuestra larga historia pone de manifiesto, la palabra escrita ha de ser aplicada por aquellos a los que se les encomienda el encargo de dotarla de vida en una nueva era. Así fue como los afroameric­anos pasaron de la esclavitud a ser iguales ante la ley, y como partieron en el largo viaje hacia la igualdad de hecho, un trayecto que todos sabemos que no ha llegado aún a su fin. Lo mismo se puede decir de los derechos de la mujer, de los derechos de los trabajador­es, de los inmigrante­s, de los discapacit­ados, de las dificultad­es a la hora de definir y proteger la libertad religiosa y de garantizar la igualdad de las personas con independen­cia de su orientació­n o su identidad sexual.

Estas han sido unas batallas reñidas que se han librado en un terreno incierto y cambiante, y cada avance ha prendido la llama de una fuerte reacción por parte de aquellos cuyas creencias e intereses se ven amenazados.

Hoy, los cambios se producen con tal rapidez y en medio de un vendaval de informació­n y desinforma­ción que nuestra propia identidad se ve puesta en entredicho.

¿Qué significa hoy en día ser estadounid­ense? Se trata de una pregunta que se responderá por sí sola si regresamos a aquello que nos ha traído hasta aquí: ampliar el círculo de oportu-

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