Tratado de economía musical
Por qué escuchamos a Troilo
Autor: Eduardo Berti Género: ensayo
Otras obras del autor: La mujer de Wakefield; Todos los Funes; Lo inolvidable; El país imaginado; Un padre extranjero; Agua; La sombra del púgil; La vida imposible Editorial: Gourmet Musical, $ 280
La letra de Sur encierra o, mejor dicho, abre un universo que convoca al poeta que leyó la última página de lo que fue y lo terminó por resumir todo haciendo respirar su fueye. Aníbal Troilo para los legos, Pichuco para la posteridad y para la historia del tango en general.
Ese nombre atronador para su tiempo es el que fue a buscar el periodista y escritor Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) a través de su trabajo Por qué escuchamos a Aníbal Troilo, un libro que forma parte de una colección que lanzó la editorial Gourmet Musical con el propósito de “ahondar en los motivos por los que algunos artistas –de diversos géneros, orígenes y épocas– se vuelven esenciales, indiscutibles, verdaderamente únicos, más allá de los caprichos y vaivenes del mercado musical”.
Berti, entonces, en un desafío que lo corrió de esa prosa más rockera, ligada a obras como la de Luis Alberto Spinetta ( Spinetta. Crónica e iluminacio-
nes o Rockología. Documento de los 80), se sumergió en el mundo del bandoneonista desde una óptica que conlleva una escritura que reconstruye cierto carácter emocional, y se oye el respirar de ese fueye que se valió del pulso de su corazón. Una de las comparaciones que emplea para hablar de la composición musical de Troilo está basada en la teoría del iceberg de Hemingway, que sugiere siempre una omisión en la historia para dejarle alguna tarea al lector. Pues parte de esta idea, en el caso del tango, está delineada por quienes bailaban su música. Son los que terminaban de completar los silencios de una música que se enmarcó en lo que ha dejado la memoria de aquella luz de almacén reflejada en el paredón.
“Troilo nos enseñó la economía musical; la idea de que la música no es buena porque tenga mucho, sino porque precisa poco”, dice Rodolfo Mederos. Y esa marca registrada troileana la vivió Piazzolla cuando le tocó arreglar el tango Azabache, el día que el arreglador principal Argentino Galván no estuvo disponible. “Utilicé los violines haciendo escalas hacia arriba, cosa que el Gordo nunca había hecho. ‘¡No te pases!’, me decía y corregía. No quería muchas sutilezas, para que la gente bailara”, recuerda el autor de Libertango, en un fragmento citado de una entrevista en el diario La Opinión. n