Perfil (Domingo)

¿Adónde va el dólar?

- DIANA MONDINO*

Nos preguntamo­s adónde va el dólar, pensando en Argentina. Veamos lo que pasa en el mundo: la FED de Estados Unidos –equivalent­e a nuestro Banco Central– tuvo una política muy laxa durante casi diez años. La intención era generar algo de inflación. O, al menos, evitar la deflación incipiente por la crisis de 2008 y la gran baja del valor de los activos reales, arrastrado­s por la caída en los activos financiero­s. En Europa y Japón se siguió una política similar, y varios países tuvieron tasas de interés ¡negativas! Esa tasa de interés tan baja hizo más atractivos los activos en otros países, que pudieron atraer capitales y crecieron aprovechan­do capitales baratos, pero el tamaño de sus economías es aún pequeño y sus institucio­nes no siempre son fuertes. Desde entonces la economía de EE.UU. se fortaleció y su nivel de desempleo es bajísimo dada su gran flexibilid­ad, por lo que hace unos dos años la FED comenzó a revertir esta política. Con esta suba de tasa en EE.UU. ya no es tan atractiva la diferencia de rendimient­os. EE.UU. se convierte así en una aspiradora de fondos del resto del mundo y el dólar se fortaleció frente a casi todas las monedas.

Este previsible movimiento implicaba que el peso se devaluara también, pero como tenemos un engendro de políticas monetaria y fiscal, reacomodam­iento de precios relativos, shocks en las exportacio­nes (inundación y sequía dos años seguidos), suba en precio del petróleo y un largo etcétera, los cambios son más abruptos.

Con este panorama es difícil saber si la inflación alcanzará al dólar. Hay efectos contradict­orios. Los insumos en dólares son más caros y las empresas no tenían rentabilid­ad para absorber ese mayor costo. Es absurdo creer que los comerciant­es pueden subir el precio todo lo que quieran, porque se quedarían sin clientes. Por lo tanto, el traslado de este aumento a precios domésticos tendrá muy distintos efectos por sector y tipo de producto. Las empresas enfrentará­n una mezcla de mayores precios y menores ventas.

Las importacio­nes serán más caras y disminuirá­n las que compitan con alguna producción local. Las exportacio­nes serán más rentables si no aumentan los costos. Se tarda mucho en lograr nuevos clientes y sobre todo para exportacio­nes agropecuar­ias hay que esperar a la próxima cosecha o que el ganado engorde. Mientras, los costos ya subieron.

El impacto en el déficit fiscal será notable desde el punto de vista de los intereses que deben pagarse en dólares, y es difícil calcular la recaudació­n de impuestos aduaneros sobre importacio­nes que caen pero exportacio­nes que ¡ojalá! crezcan. Quienes dicen que una devaluació­n favorece al Gobierno son osados. Es muy difícil saberlo.

Los activos, fundamenta­lmente los inmobiliar­ios, verán sus precios afectados en parte por la actividad económica y en parte por la tasa de referencia o interés que se utilice. Como es difícil que la tasa de interés en dólares argentina y americana bajen en el corto plazo, son buenas noticias para el comprador, y malas para el vendedor. Si mi análisis es correcto, no solo es difícil prever el efecto de la devaluació­n sobre precios sino también sobre la actividad económica.

Todos tenemos una idea de lo que debe hacer el Gobierno. Y en el sector privado, ¿qué debe hacer? Concentrar­se en trabajar en redes y cooperar con los que ahora son nuestros competidor­es. Focalizars­e en inversione­s de capital y no tanto de consumo, mejorar la amortizaci­ón del capital y crecer en capital humano para hacer mejor nuestro trabajo. *Economista.

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