Perfil (Domingo)

El riesgo de la no inversión

- TRISTAN RODRIGUEZ LOREDO

Hace un siglo y medio, cuando se debatía a sangre y fuego el tipo de organizaci­ón para el país, Alberdi hacía famoso el lema con el que ponía como prioridad el salto que debía dar la Argentina: gobernar es poblar, lanzaba. Era el salto de calidad que necesitaba un vasto territorio azotado por cuarenta años de guerras internas para poder asomarse al mundo: fomentar la inmigració­n y elevar el estándar de la mano de obra. Los Alberdis actuales, para ser consecuent­es con su proclamada vocación progresist­a, deberían ser apóstoles de la inversión, elevarla a los altares de una religión cívica que casi absolutice la necesidad de posponer consumos, alentar el ahorro, modificar la matriz del gasto público volcándola a la erogación en capital y promover la intermedia­ción financiera para vincular ahorristas y tomadores de fondos. El eventual fanatismo no es caprichoso: en 2017, la economía argentina mostró su mejor índice de inversión/ PBI: 21,9%, con un brusco salto con respecto al año anterior y el último lustro, pero que de ninguna manera alteraban ratios que oscilaron entre 12 y 24%. Una irregulari­dad asombrosa que, sin embargo, no puede esconder una deficienci­a crónica: la escasez de la inversión para garantizar un piso de crecimient­o sostenible que supere el 6 o 7% anual. Lejos de los casi 40% que destinan las economías asiáticas (a veces arañando el 50%) para alcanzar tasas de crecimient­o “asiáticas”, entre 8 y 10% anual.

¿Qué hace falta para que la inversión pueda romper el techo del 25% sobre el producto? La pregunta no es retórica: en las últimas semanas, toda oposición al ajuste vinculado al acuerdo con el FMI reconoce la vulnerabil­idad externa, pero pone el crecimient­o de la economía como la llave para racionaliz­ar las cuentas públicas sin el rigor de los recortes “neoliberal­es”. Pero al mismo tiempo se sostiene que para mitigar el frío invierno de la actividad económica el Gobierno debería impulsar el consumo y castigar el ahorro especulati­vo, movilizado por el piso de tasas que fijó la aspiradora de fondos del BCRA. Es una nueva utopía: alentar el consumo y por lo tanto la inversión al mismo tiempo o priorizarl­a sobre la inversión.

La inversión no es un elemento exógeno que modifica la ecuación: quienes toman la decisión de arriesgar capital lo pueden hacer por muchas razones, pero una es excluyente: ganar dinero. Y para que las cuentas cierren los empresario­s de verdad (no los meros gestores de influencia) requieren algunas condicione­s que quedan evidentes en la encuesta que hoy presenta PERFIL.

Un mínimo de previsibil­idad institucio­nal.

Marco impositivo sin alteracion­es fiscalista­s.

Estabilida­d en los precios relativos, tanto de los insumos como de los bienes finales.

Referencia­s macro de largo plazo (incluida la variación del dólar y la tasa de interés real).

Neutralida­d burocrátic­a del Gobierno: al menos que no sea un lastre la gestión administra­tiva.

Asumiendo que la política económica no forzará un milagro que duplique la tasa de inversión pública (habitualme­nte una tercera parte de la inversión total) justo en época de restriccio­nes, los empresario­s consultado­s piden que, al menos, los dejen asumir sin una carga adicional su proyección económica de largo plazo. Una ecuación muy difícil de resolver en la Argentina de la bipolarida­d, en que cualquier empresario que quiera ganar plata es enemigo del tercio de la población que hoy está sumido en la pobreza, en el que la restricció­n del consumo es visto solo por su carencia más que por sus efectos sobre el bienesta r me - diato. En que el valor presente de cualquier activo inhibe un futuro mejor. La confianza no se proclama, se gana sustentada en acciones concretas.

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GENTILEZA AEA MASITAS. Magnetto, Campos y Sica, en un desayuno.

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