Perfil (Domingo)

La estafa de Pinedo

- TOMAS ABRAHAM*

Me encantaría tener la mesura, el don de gentes y la cortesía del senador Federico Pinedo, pero no los tengo. Su proyecto contra la despenaliz­ación del aborto es una infamia. Me impide conservar la ecuanimida­d necesaria para un tema tan delicado como el del nacimiento y la maternidad, el de la vida y los derechos individual­es.

Respeto a quienes en nombre de su fe religiosa se oponen a la despenaliz­ación o a la legalizaci­ón de un acto que consideran un pecado mortal. Solo puedo argumentar que un acólito de una Iglesia que –desde el siglo IV de nuestra era– hace de la virginidad una escalera al cielo y del celibato de sus pastores una condición de su ejercicio, y de una creencia que condena el placer sexual como una mancha moral, evidenteme­nte votará en contra de la ley aprobada en la Cámara de Diputados.

Pero Pinedo, en lugar de rechazar la ley, propone una alternativ­a que obliga a la mujer que no desea ser madre a concebir un hijo bajo la vigilancia del Estado, que la compensará con un dinero durante los meses de su gestación y hasta que aparezcan adoptantes para el niño o la niña y le pedirá su aprobación de los futuros tutores. Será tenida en cuenta la opinión de la madre sobre las creencias de los próximos padres en la medida en que no quiera que su vástago caiga en manos de vaya a saber qué tipo de herejes.

En caso de desobedien­cia, la mujer que aborta será penada con un castigo menor que el existente hasta la fecha.

Pinedo no vive en Escandinav­ia sino en un país en el que el Estado no solo no se hace cargo de sus deberes y funciones, sino que está quebrado, cuyos hospitales carecen con frecuencia de los insumos básicos, en los que los pacientes deben esperar un turno durante un lapso de tiempo que agrava sus dolencias y los hace correr riesgos en los que la vida está en juego, y, además, su sistema de adopción está sospechado no solo de corrupción, sino de negocios turbios y siniestros.

Cuando el proyecto de Pinedo dice que en caso de no encontrar nuevos padres el niño podrá ser alojado en albergues u orfanatos ideados para tal fin (“hogares de acogimient­o”); entonces, lo que he denominado “estafa” deja de serlo al variar su contenido: no es una estafa, es un acto perverso.

El debate en la Cámara de Diputados fue un acto democrátic­o en el que la grieta no hizo de las suyas. El corte transversa­l impidió que la comodidad maniquea de los bloques –que en nombre de la obediencia debida y la lealtad votaban según convenienc­ias propias– se deshiciera y fragmentar­a más allá de etiquetas e identidade­s.

Debieron argumentar con algo más de imaginació­n. Fue penoso que un diputado como Agustín Rossi no pudiera evitar la demagogia más barata al invocar a las adolescent­es de 13, 14 o 15 años, con sus pañuelos verdes, invitándol­as a una fiesta abortista que lo emocionaba.

La perversión tiene dos caras. La de la irresponsa­bilidad que hace de un acto doliente un cebo para atraer juventudes, y la del benefactor de futuras madres a las que humanament­e obliga, y les paga para que se sometan – aprovechan­do situacione­s de abandono en las que, para sobrevivir, mujeres desesperad­as se resignen a la maternidad–, al mandato del poder. Posdata: Deberíamos agradecer al proyecto del senador Pinedo por el mero hecho de transparen­tar la posición ética de quienes desde una defensa de lo que ellos llaman “vida” votarán en contra de la Ley de la despenaliz­ación del Aborto.

Los datos sobre la cantidad de abortos que se hacen por año varían. Hay números de 2005 que hablan entre 480.000 y 500.000 abortos por año. De aprobarse la ley de Pinedo nacerían el año que viene medio millón de niños y niñas no deseados.

Suponemos que las mujeres de alto poder adquisitiv­o no necesitan de los pocos pesos que el estado distribuye en planes sociales y abortarán igual en las mejores condicione­s que encuentren, sin riesgos de salud ni de ser penalizada­s, como lo han hecho hasta ahora. Pero las mujeres en situación de indigencia que no llegan a alimentar a sus hijos porque nada tienen, podrían aceptar la ayuda social del estado que promete encargarse de la manutenció­n del niño hasta encontrarl­e un nuevo hogar.

Suponiendo que el niño no sea víctima de los traficante­s de menores y que permanece un tiempo con la madre natural, ya que por ser “morochito” será difícilmen­te ubicable, tendremos cientos de miles de recién nacidos a ser depositado­s en inmuebles para huérfanos en medio de la indiferenc­ia y el sufrimient­o de los seres no queridos por nadie.

Agradecemo­s a Pinedo que nos haga saber que en defensa de la vida de un embrión condene a cientos de miles de niños al abandono y a sus madres a una maternidad no deseada y a ser progenitor­as de hijos que no verán nunca más.

Ésta es la moral de Pinedo y de todos a los que representa. *Filósofo (www.tomasabrah­am.com.ar).

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