Perfil (Domingo)

Diversific­ación o alineamien­to

Con la llegada del canciller Faurie, y bajo la influencia de la diplomacia supraminis­terial de la Jefatura de Gabinete, se ve una tendencia a alinearse con ee.UU.

- PATRICIO CARMODY*

Aunque al inicio del gobier no de Mac r i ya se hablaba de una integració­n internacio­nal inteligent­e, parecía significar la implementa­ción de una estrategia de “horizontes diversos”. Es decir, mantener relacionam­ientos positivos y simultáneo­s con las potencias establecid­as, las emergentes y el exterior próximo. Así, dejando atrás el aislamient­o de los gobiernos Kirchner con respecto a la “coalición occidental”, la canciller Malcorra afirmaría que “tenemos que maximizar nuestras alternativ­as y tener una relación madura y seria con todos aquellos que están dispuestos a trabajar con nosotros”. También se hablaba de “no dar la espalda a nadie”, y de tener una “agenda internacio­nal de puertas abiertas”. Esto parecía construir una política exterior con consensos, donde se debían restaurar los vínculos con las potencias establecid­as y recalibrar, no disminuir, las relaciones con las potencias emergentes.

Con la llegada del canciller Faurie, y bajo la inf luencia de la diplomacia supraminis­terial llevada a cabo por la Jefatura de Gabinete, se observa una tendencia a alinearse con Estados Unidos. Si bien es comprensib­le la inclinació­n a seguir los pasos de esta admirable nación, con la que compartimo­s profundos valores, este accionar puede tener consecuenc­ias negativas. Dos de ellas vienen a la mente. La primera es debilitar nuestro poder de negociació­n. Recordando a Kissinger: “La posición negociador­a de una nación depende de las opciones que las otras naciones creen que esta posee”. La segunda la resumió Charles De Gaulle: “Un país pequeño o mediano no debe mantenerse demasiado cerca de una gran potencia, ya que se arriesga así a ser atraído a orbitar en torno a ella”.

Esta tendencia a alinearse con EE.UU. se ha notado en la manera de votar en Naciones Unidas (ONU). El profesor Juan Gabriel Tokatlian ha observado que, durante la presidenci­a de Obama, Argentina coincidió en un 52% con EE.UU., mientras que Chile y Brasil coincidier­on en un 56%. Pero en el período Trump, “las coincidenc­ias con el país anglosajón crecieron a un 59%, mientras que las de Chile y Brasil cayeron al 44%”.

Ante estas señales, Tokatlian señala: “Yo creo que en el último año hemos virado hacia una política cada vez más simbólica en los gestos pero menos sustantiva, y cada vez más próxima a EE.UU., sin explicarno­s por qué”. Y agregó: “La intención parece ser no irritar a EE.UU., a pesar de que muchas de sus acciones están reñidas con el derecho internacio­nal, la estabilida­d mundial y los vínculos interameri­canos”.

Un componente que parece justificar esta conducta se encuentra en lo ideológico, donde, según destacados expertos, predomina la visión simplista y anacrónica de alinearse a la potencia hegemónica de turno –Gran Bretaña a comienzos del siglo XX, EE.UU. a fines del siglo XX–, pero en el contexto de lo que es hoy un mundo pluripolar. Si en los años 90 un alineamien­to con EE.UU, vencedor de la Guerra Fría, era por lo menos debatible, la gran difusión del poder en el escenario global actual hace más difícil su justificac­ión.

Estos expertos en política exterior destacan también una sorprenden­te ingenuidad, junto a una notable pereza en observar cómo funciona realmente el mundo. Quizás el más moderado entre ellos, Roberto Russell, afirma: “Les he comentado varias veces a mis amigos del PRO que salieran de la línea Uribe-Piñera-Aznar. Una línea de derecha que procura políticas de aquiescenc­ia con EE.UU., sin entender los cambios en el mundo”. Entre estos cambios sobresalen el desplazami­ento relativo del poder mundial hacia Asia –dado el ascenso de potencias emergentes como China, India y las naciones del Asean–, y una profunda crisis en el seno de Occidente, que incluye intensas fracturas sociales y el desencanto con las democracia­s.

Otro componente puede ser el económico-comercial, dado que la administra­ción Macri ha sufrido amargas experienci­as en la relación bilateral con EE.UU., relacionad­as con el biodiésel, el limón, el acero y el aluminio. Es interesant­e notar que Macri parece haberle dado la razón al presidente Trump cuando este afirmó en la Sala Oval: “Yo quiero hablarle de Corea del Sur, y él quiere hablarme de limones”, ya que luego designaría como embajador en Washing ton a un experto en, entre otras cosas, limones.

Un componente adicional para limitar nuestro grado de autonomía ha sido el resultado del manejo subóptimo de la economía, que nos ha llevado al fait accompli de tener que depender en lo financiero de EE.UU., poseedor del poder de veto en el FMI. De la misma manera que la administra­ción Macri no ha sido capaz de concebir y/o comunicar una política exterior clara, tampoco ha podido concebir y/o comunicar una visión de desarrollo concreta. Así, en lo económico, las acciones del Gobierno han priorizado lo financiero por sobre lo productivo, con lamentable­s consecuenc­ias, que afectan directamen­te la credibilid­ad del país y de su política exterior.

Más allá de estos aspectos, si a la disminució­n del poder relativo de EE.UU. le sumamos el particular estilo de liderazgo de Donald Trump, se hace aún menos prudente implementa­r una estrategia de alineamien­to con esta gran potencia, por más admirable que sea. Es urgente, entonces, diseñar e implementa­r una estrategia de política exterior basada en la diversific­ación. Como afirma Russell: “Nuestro país debe tener buenos vínculos con la mayor cantidad de países posible”. *Autor de

es urgente tener buenos vínculos con la mayor cantidad de países posible

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CEDOC PERFIL JUNTOS. Pese al acercamien­to, hay amargas experienci­as bilaterale­s en comercio.
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