Lenguaje inclusivo y feminismo
La lengua es, sobre todo, movimiento. Dispersión y proliferación. Acaso hablar de “la” lengua, en singular, sea un error. No hay, en sentido estricto, solo una lengua. La multiplicación de lenguas es algo intrínseco al lenguaje como tal. Para referirse a esto, Ludwig Wittgenstein creó la noción de juegos de lenguaje. Tal concepto pretende poner de relieve que el lenguaje está entrelazado esencialmente con prácticas, lo que él denomina formas de vida. Podemos decir, junto con el filósofo austríaco, que hay tantos juegos de lenguaje como formas de vida. Cualquier pretensión de reducir la lengua a una normatividad única es, cuanto menos, una pasión inútil. O estaríamos frente a una lengua muerta, que es el equívoco que comete el modelo lingüístico saussureano para pensar el lenguaje. Lo mismo sucede con las instituciones que toman todo uso renovador como uno “incorrecto”: las academias de la lengua son por naturaleza profundamente conservadoras. La actual ebullición del llamado lenguaje inclusivo da cuenta de este inagotable proceso que es el devenir de la lengua. Negarlo implicaría negar una forma de vida, negarlo sería un acto fascista. El riesgo, del otro lado, es el de absolutizar ese otro lenguaje, volverlo normativo. Lo revulsivo que un lenguaje puede resultar para las formas establecidas de la lengua, como lo es el inclusivo, se puede convertir en conservador cuando pretende volvérselo lenguaje totalizante. Si uno piensa, por ejemplo, en el lunfardo, se dará cuenta de que su vitalidad siempre ha pasado, justamente, por su estar en las orillas, por ser lo otro de lo instituido, por ser maldito. Cabe preguntarse qué futuro tendrá el lenguaje inclusivo en nuestro contexto más inmediato. Difícil es profetizar al respecto, pero lo que sin dudas podemos decir es que su suerte estará atada a la forma de vida con la que está entrelazada, y en la actualidad ella tiene un nombre: feminismo. El destino del lenguaje inclusivo está, entonces, ligado al del feminismo. Pero no solo a propósito de la relación de fuerzas que tal movimiento despliegue en la sociedad, sino fundamentalmente del modo en que continúe elaborando sus conceptos y prácticas de normatividad, de sexualidad y de poder.