Nuestro hombre en Pyongyang
La acusación. Cuentos prohibidos de Corea del Norte
Autor: Bandi Género: cuentos Editorial: Libros del Asteroide, $ 830 Traducción: Hye Young Yu y Héctor Bofill
Las dictaduras deshumanizan, reducen identidades a la nada. En tiempos donde el protagonismo se pasea sin pudores en redes y medios, nos enfrentamos a un libro escrito bajo seudónimo. El hombre detrás de Bandi relata –acusa– a través de los siete cuentos su realidad, la de Corea del Norte, una de las dictaduras más cerradas. El primero de los relatos da buena cuenta de ello: una abnegada esposa hace ver que come cuando en realidad reserva la comida para alimentar a su marido. Transcurren las historias, tristes, simples, injustas, de la mano de una pluma que logra embellecer el miedo e incluso un alivio, hasta esperanza. La impotencia que provoca la lectura resulta dolorosa. Tal vez remita esta narrativa a la rusa disidente, la que se atrevió durante la URSS, un posrealismo denunciante. El terror más grande es al poder, ese Estado hermético que obliga al autor a hacer uso de las licencias más moderadas y hasta armónicas en pos de visualizar en sus ficciones una existencia negada. Sí se aprecian el folclore norcoreano, sus costumbres culturales y su mitología, esa identidad que ni la dictadura arrancará. Se presume una gran traducción y las notas al pie contextualizan la historia para lograr una comprensión precisa.
Nunca resultan exitosas estas autarquías: sus líderes se ahogan en poder y el pueblo es el que emerge. La expresión artística es fundamental. El dictador querrá callar voces pero la literatura habla por sí sola. La historia más increíble de todas es la que narra cómo en una digna jugada de espionaje logra sacar del país sus manuscritos para lograr su publicación primero en Seúl, y luego en el mundo. “Cincuenta años en esta tierra del Norte/ viviendo como un autómata/ como un humano sometido al yugo/ he escrito estas historias/ no animado por el talento/ sino por la pura indignación/ no con tinta y pluma/ sino con los huesos calados de sangre y de lágrimas”. A Bandi no lo deshumanizó el régimen, pero le quitó la identidad. Hoy resulta el portavoz del sufrimiento de los suyos.