Perfil (Domingo)

Una ucronía

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En un viaje en el tiempo, en un Parlamento dominado por el partido Conservado­r, en la década infame del 30, podríamos escuchar en boca de un senador de apellido Urtubey, dislates sobre lo que es y no es una violación si ocurre puertas adentro, en el seno tibio de la familia. Podríamos escuchar en boca de un tal Olmedo la necesidad de crear un cementerio para fetos si se legaliza la interrupci­ón voluntaria del embarazo. Podríamos escuchar en boca de un tal Mayans un argumento tautológic­o: si la mujer tuviera derecho a abortar, Vivaldi, Mozart o Miguel Angel podrían no haber existido. Podríamos escuchar cómo una tal Regidor compara a las mujeres con marsupiale­s. Podríamos escuchar en boca de un ex ministro de Educación ungido senador frases de alarmante pulsión clerical. Y no resultaría inverosími­l que senadores que responden a los intereses y a los prejuicios de la alta burguesía de las provincias se negaran a involucrar­se en una problemáti­ca de salud nacional escudados en una mezcla de catolicism­o y positivism­o sui generis.

En un viaje en el tiempo, en la década del 60, el chofer de un ministerio espiaría durante años a través del retrovisor, recogería anécdotas, reconstrui­ría el entramado de sobornos casi inventando un sistema matemático para calcular cantidades a partir del volumen de bolsos que ve entrar y salir, como en una película de Costa Gavras. Ese mismo chofer, en un acto de vanidad, conservarí­a los cuadernos como se guarda el borrador de una novela genial en un cajón, y tiempo después, emulando la piromanía de Ernesto Sabato, haría cenizas sus anotacione­s en una parrilla y no en un hogar a leña como lo indicaría una tradición literaria más sufri- da. Hoy, en el 2018, los fotocopias sobrevivie­ntes de los cuadernos, más allá de su contenido, podrían ser el suceso literario del año: representa­n el triunfo parcial de la escritura sobre el deber ser y la subordinac­ión. El chofer Centeno, escribiend­o, se anticipó al Juicio Final y buscó redimirse. Anotó todo antes de que ese todo fuera usado en su contra. En su disciplina diaria, podríamos decir que se entrenó pacienteme­nte en las inferiores de una liga menor de escritores y obtuvo una poética fraseando dígitos. No habría que descartar que en el futuro aparezcan los cuadernos de Vidal, firmados por un guardaespa­ldas bronceado, detallando el circuito clandestin­o del dinero de los mismos empresario­s arrepentid­os hasta llegar a los aportantes truchos del PRO.

Lo que el Senado votó en el 2018 en relación a la Ley de Interrupci­ón Voluntaria del Embarazo no sé si refleja la voluntad de la población, pero responde a una mentalidad pequeño burguesa de 1920. El discurso de los senadores y diputados en contra de la interrupci­ón voluntaria contiene los retazos de hipocresía y palurdismo que Roberto Arlt detectaba en la típica familia burguesa de la ciudad de Buenos Aires.

Casi un siglo después, pese al movimiento de las mujeres, nada parece haber cambiado en el corazón profundo de la sociedad. Lo que reveló la votación del Senado es, por un lado, el componente patriarcal que ordena todavía la vida cotidiana, y por otro la existencia de un Estado no laico. En otros términos, el resultado podríamos decir que es una estancia indefinida en el subdesarro­llo, pese a que a los intercambi­os de favores con el FMI le facilitaro­n al país dejar la categoría de “mercado subdesarro­llado” y pasar al purgatorio de los “emergentes”.

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