La culpa no es de Caputo
Macri nunca condujo una empresa como si fuera suya. Su padre no se lo permitió. Igual sabe de qué se trata. Sabe que si le hubiera tocado elegir para un cargo clave, como CFO, a una persona que tres meses después le renunciara, generaría un estado de lógica intranquilidad interna y de preocupación en el resto del empresariado.
Todos hubieran leído que el problema no era quién renunció ni por qué lo hizo, sino el que eligió a una persona tan inestable y no pudo contenerlo y controlarlo.
Cuando eso pasa en un país, el conflicto es mucho más grave. Porque hay millones de habitantes de por medio y porque, en el caso de la Argentina, los inversores aún dudan de la estabilidad emocional de sus dirigentes políticos.
Acaba de pasar con la renuncia del titular del Banco Central, una entidad autárquica pero no independiente, que en tres meses ya tuvo tres jefes distintos.