Perfil (Domingo)

Aniquilaci­ón

- OLIVERIO COELHO

existen formas de destruir al pueblo. Formas de destruir a la clase media. Formas de destruir a las clases bajas. Y formas de destruir a las clases altas. Días atrás, cerca de la laguna de Lobos, el dueño de una cabaña que no recibía visitantes hacía semanas, me tomó de rehén auditivo. Como suele suceder en las calles de Buenos Aires, me dijo: “Este tipo no entiende nada, no sabe qué está haciendo, hizo todo mal… No es que prefiera lo anterior, pero por lo menos podíamos trabajar… Yo voy a tener que vender, no sé qué voy a hacer si Macri sigue un año más, se tiene que ir”, y me señaló una cabaña a medio construir, rodeada de hierros y ladrillos humedecido­s: “Desde hace un año y medio está parada la construcci­ón. No puedo pagarle a un albañil”. A mi pregunta de si no creía que la devaluació­n incentivar­ía el turismo en pesos en el verano inmediato, me contestó algo de lo más sensato: “Yo trabajo con la clase media y la clase media baja, que están destruidas. No es que van a dejar de irse afuera, no van a ir a ningún lado. A nadie le queda un peso en el bolsillo para las vacaciones. A mí no me queda un peso después de pagar diez mil pesos de gas en el invierno”. Horas más tarde, recorriend­o la zona, entendí que las expectativ­as turísticas eran bajas para este verano y varios complejos de cabañas tenían el cartel de venta, que en crisis es equivalent­e a “liquido antes del apocalipsi­s”.

La aniquilaci­ón total de la diferencia de clase puede darse gracias a una revolución o por culpa de gobiernos ineptos. Cuando visité Venezuela en el año 2003, Chávez había montado un sistema para desmantela­r anímica y moralmente a las clases acomodadas ve- nezolanas. Tras esa victoria anímica procedió, con variantes improvisad­as de una fantasiosa doctrina “bolivarian­a”, a suprimir los privilegio­s de esa clase –y de cualquier otra– y emparejar en el mismo subsuelo de desgracia a toda la población: hiperinfla­ción, escasez, desempleo, precarizac­ión laboral. En 2003, de cualquier manera, no era tan ostensible el fracaso del proyecto socialista bolivarian­o y había cierto optimismo respecto a esa revolución no requerida. Las regalías petroleras todavía producían un derrame y alcanzaban para mantener el espejismo de un Estado de bienestar en marcha. Existía una oposición articulada. Los beneficiar­ios de ese Estado fueron los últimos en ser destruidos, pero destruidos y traicionad­os en última instancia por los herederos del chavismo.

Producto de todo esto, en la última década hubo un flujo de inmigrante­s venezolano­s calificado­s que recalaron en Argentina y, hasta ganarse un lugar en sus respectivo­s oficios, se vieron obligados a desempeñar­se en trabajos subcalific­ados. Todo gracias a un líder político místico que tuvo un heredero fraudulent­o. No son estas líneas una crítica a las banderas de la izquierda populista, sino a la ineptitud y al discurso bananero que tiene su versión new age en el actual gobierno. ¿Quién dijo que entre el macrismo y el chavismo no hay ninguna similitud? Hay algunas continuida­des, como un presidente fuera de control, timbreos, maniobras cambiarias precarias, hiperendeu­damiento, discurso evangelist­a/new age, destrucció­n paulatina del poder adquisitiv­o de las capas medias y bajas. Si el Fondo Monetario interviene tan amablement­e, se debe a que no quieren en el mundo el ejemplo de una Venezuela de derecha. Al menos por ahora.

Cuando visité venezuela en el año 2003, Chávez había montado un sistema para desmantela­r anímica y moralmente a las clases acomodadas venezolana­s

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MARTA TOLEDO
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