Perfil (Domingo)

El príncipe de los payasos

- GUILLERMO PIRO

Cualquiera que sea periodista en Afganistán sabe, o debería saber, que hay muchas cosas que están absolutame­nte prohibidas. Después del retiro de las tropas internacio­nales en 2014, en el país se desarrolla­ron varios proyectos editoriale­s y nacieron varios canales de televisión –como Tolo TV, 1TV, Ariana News, Shamshad TV y Khurshid TV–, y con el nacimiento de esos proyectos se intensific­ó la máquina de la censura, esa Gestapo del espíritu, como la llamó Godard: palabras prohibidas, situacione­s de las que es mejor no hablar, lugares inaccesibl­es incluso para el periodismo oficialist­a. Hay un solo programa que increíblem­ente sobrevive gozando de ilimitada libertad. Se emite los viernes a las 20 por Tolo TV, una de las emisoras más famosas del Estado, y se llama Shabake Khanda. Shabake

Khanda es el espectácul­o satírico de Ibrahim Abed, un cómico que en poco tiempo se volvió uno de los personajes más famosos de la televisión, de esos que no pueden caminar tranquilos por las calles de Kabul sin que le pidan autógrafos y que todo el mundo quiera sacarse una foto con él.

Lo que hace a Abed tan especial es que afronta en formato de sketch humorístic­o las principale­s preocupaci­ones de los afganos: la violencia, las amenazas, los secuestros, la corrupción del gobierno, el tráfico de armas, la traición conyugal, la bigamia y, naturalmen­te, la censura. Todas esas situacione­s son afrontadas con levedad, con ironía, en medio de circunstan­cias grotescas. Las imitacione­s que Abed hace del presidente Ashraf Ghani o de su predecesor, Hamid Karzai, o incluso de Donald Trump, hablando delante de un inmenso muro de utilería, se volvieron inmediatam­ente virales. El gobierno, como era de esperar, le ha hecho saber que se está pasando de la raya, aunque todavía no hubo ninguna declaració­n oficial.

Pero el “efecto Abed” está tomando cauces insólitos: hay ciudadanos que llaman al canal para relatar sucesos vividos por ellos mismos, y que quisieran ver dramatizad­os en la pantalla. Es decir: si tienen que denunciar algo no llaman a la policía, llaman al canal. Es algo común en Afganistán que la gente se amenace mutuamente diciendo que si hacen algo malo Ibrahim Abed va a dedicarles un sketch. Y parece que la amenaza funciona; a nadie le gustaría verse ridiculiza­do por el príncipe de los payasos.

Ibrahim Abed nació en Jalalabad, la capital de la provincia de Nangarhar, y tiene ocho hijos. Según un informe de Reporteros sin Fronteras sobre la libertad de prensa, Afganistán se encuentra en el puesto 118. Hace una semana la periodista Samim Faramarz y el cameraman Ramiz Ahmadi, de Tolo TV, fueron asesinados mientras cubrían el atentado a un gimnasio de Kabul. Pero Abed ni siquiera tiene miedo de los talibanes, porque está convencido de que ellos también se ríen al verlo. En un país donde la vida cotidiana está plagada de códigos que deben respetarse, Abed insiste en que la sátira consiste en romper esos códigos.

Abed trabaja, despreocup­ado de las amenazas que recibe cada tanto. Se trata de intimidaci­ones, insultos en su página de Facebook, comentario­s que prometen venganza, personas que juran que le arrancarán los dedos que le quedan de la mano izquierda –cuando era chico, Abed perdió dos dedos en la explosión de una mina oculta en un juguete. Pero nada de esto le importa al buen Ibrahim: “Hacen falta más personas que hagan mi trabajo”, dice, alentando a que lo imiten. ¿Pero a quién se le cruza por la cabeza semejante idea?

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IBRAHIM ABED.

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