Perfil (Domingo)

Los hermanos Coen entregan uno de sus peores trabajos

- DIEGO GRILLO TRUBBA

En algún momento debería detenerse la pelota para comprender cuándo una estrategia inteligent­e como es reclutar a los mejores talentos del medio audiovisua­l se transformó en que el público pudiera descubrir que o no eran tan genios o que son bastante pícaros a la hora de ofrecer proyectos menores a cambio de una billetera mayor como la de Netflix, desesperad­a por poseer productos diferencia­les en su pantalla. A una triste lista de generadore­s de productos malogrados al gigante de streaming que integran entre otros Jerry Seinfeld y Matt Groening, se suman ahora los hermanos Coen.

Si se tratara de ser justos con el coordinado­r de los contenidos de Netflix, uno debería reconocer que los Coen demostraro­n a lo largo de su carrera que son capaces tanto de entregar obras maestras como Sin lugar para los débiles como bodrios insoportab­les co- mo Quémese después de leerse. Lamentable­mente, La balada

de Buster Scruggs pertenece al segundo grupo.

Originalme­nte se anunció como una serie de seis episodios, pero se ve que alguien vio el resultado final y, para al menos aplacar el bochorno, recomendó que se redujera a una película. No se trata aquí de caer en el lugar común de que los films compuestos de episodios resultan desparejos, sino de que en verdad La balada... resulta bastante pareja: todos los capítulos –o, si se prefiere, cuentos– son malos, o por lo menos malogrados. Incluso los dos que podrían desprender­se del barro generaliza­do –el que protagoniz­a Tom Waits como buscador de oro y el último, donde un grupo de personas viaja en diligencia– caen en varios momentos en el trazo grueso, en errores de continuida­d o en redundanci­a propia de algo hecho a los apurones o sin ganas.

Es sabido que para los Coen la construcci­ón de personajes se centra en dotar de estupidez tanto a los protagonis­tas como a los secundario­s –con la excepción de Sin lugar...–, pero lo que en algunos casos les permite conformar un fresco simpático o entrañable, incluso feroz –como, por ejemplo, en El

gran Lebowski–, resulta en un exceso de crueldad para seres ficticios, y para el espectador.

Tanto desgano exhiben los Coen en el armado de la película, que la mayoría de los cuentos que presentan no son ni siquiera eso. Se trata, más bien, de chistes. Y, eso sí, que carecen siempre de un remate efectivo.

Hay cierto momento donde al ver La balada de Buster

Scruggs uno se pregunta si los Coen se están burlando de sus personajes, de los espectador­es, o de la empresa a la que le vendieron el proyecto. Lo más probable, como casi siempre ocurre, es que se trate de una triste combinació­n de todas las hipótesis.

Para evitar a toda costa.

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GZA. NETFLIX EL. Tom Waits es de lo poco rescatable en una película muy mala.

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