Los hermanos Coen entregan uno de sus peores trabajos
En algún momento debería detenerse la pelota para comprender cuándo una estrategia inteligente como es reclutar a los mejores talentos del medio audiovisual se transformó en que el público pudiera descubrir que o no eran tan genios o que son bastante pícaros a la hora de ofrecer proyectos menores a cambio de una billetera mayor como la de Netflix, desesperada por poseer productos diferenciales en su pantalla. A una triste lista de generadores de productos malogrados al gigante de streaming que integran entre otros Jerry Seinfeld y Matt Groening, se suman ahora los hermanos Coen.
Si se tratara de ser justos con el coordinador de los contenidos de Netflix, uno debería reconocer que los Coen demostraron a lo largo de su carrera que son capaces tanto de entregar obras maestras como Sin lugar para los débiles como bodrios insoportables co- mo Quémese después de leerse. Lamentablemente, La balada
de Buster Scruggs pertenece al segundo grupo.
Originalmente se anunció como una serie de seis episodios, pero se ve que alguien vio el resultado final y, para al menos aplacar el bochorno, recomendó que se redujera a una película. No se trata aquí de caer en el lugar común de que los films compuestos de episodios resultan desparejos, sino de que en verdad La balada... resulta bastante pareja: todos los capítulos –o, si se prefiere, cuentos– son malos, o por lo menos malogrados. Incluso los dos que podrían desprenderse del barro generalizado –el que protagoniza Tom Waits como buscador de oro y el último, donde un grupo de personas viaja en diligencia– caen en varios momentos en el trazo grueso, en errores de continuidad o en redundancia propia de algo hecho a los apurones o sin ganas.
Es sabido que para los Coen la construcción de personajes se centra en dotar de estupidez tanto a los protagonistas como a los secundarios –con la excepción de Sin lugar...–, pero lo que en algunos casos les permite conformar un fresco simpático o entrañable, incluso feroz –como, por ejemplo, en El
gran Lebowski–, resulta en un exceso de crueldad para seres ficticios, y para el espectador.
Tanto desgano exhiben los Coen en el armado de la película, que la mayoría de los cuentos que presentan no son ni siquiera eso. Se trata, más bien, de chistes. Y, eso sí, que carecen siempre de un remate efectivo.
Hay cierto momento donde al ver La balada de Buster
Scruggs uno se pregunta si los Coen se están burlando de sus personajes, de los espectadores, o de la empresa a la que le vendieron el proyecto. Lo más probable, como casi siempre ocurre, es que se trate de una triste combinación de todas las hipótesis.
Para evitar a toda costa.