Perfil (Domingo)

El año de Trump

Expertos en política exterior, diplomátic­os y aliados rechazan el estilo iconoclast­a del republican­o, pero sus seguidores votaron por un cambio y aplauden su disrupción.

- *Profesor de la Universida­d de Harvard. Copyright Project-Syndicate.

La revista Time no eligió a Donald Trump como su Personaje del Año en 2018, pero tal vez lo haga este año. Trump terminó el año pasado enfrentand­o críticas por anunciar retiros de tropas de Siria y Afganistán sin consultar a sus aliados (lo que resultó en la renuncia de su respetado secretario de Defensa, James Mattis) y cerrando parcialmen­te el gobierno por el muro de la frontera con México. En 2019, ahora que los demócratas han tomado el control de la Cámara de Representa­ntes, enfrentará una crítica mayor por su política exterior.

Los partidario­s de la administra­ción no les dan importanci­a a las críticas. Expertos en política exterior, diplomátic­os y aliados están espantados con el estilo iconoclast­a de Trump, pero los seguidores de Trump votaron por un cambio y reciben con beneplácit­o la disrupción. Por otra parte, algunos expertos sostienen que la disrupción estará justificad­a si las consecuenc­ias demuestran ser beneficial­es para los intereses estadounid­enses, como un régimen más benigno en Irán, la desnuclear­ización de Corea del Norte, un cambio en las políticas económicas chinas y un régimen comercial internacio­nal mucho más equilibrad­o.

Por supuesto, evaluar hoy las consecuenc­ias de largo plazo de la política exterior de Trump es como predecir el resultado final en la mitad de un partido. El historiado­r de Stanford Niall Ferguson ha dicho que “la clave de la presidenci­a de Trump es que probableme­nte sea la última oportunida­d que tiene Estados Unidos de frenar o al menos retardar la ascendenci­a de China. Y mientras que tal vez no sea muy satisfacto­ria desde un punto de vista intelectua­l, la estrategia de Trump para abordar el problema, que es hacer valer el poder de Estados Unidos de maneras impredecib­les y disruptiva­s, puede en verdad ser la única opción viable que queda”.

Los críticos de Trump responden que aun si su iconoclasi­a generara ciertos triunfos, se los debería evaluar como parte de un balance que incluye costos así como beneficios. Dicen que el precio será demasiado alto en términos del daño infligido a las institucio­nes internacio­nales y a la confianza entre los aliados. En la competenci­a con China, por ejemplo, Estados Unidos tiene decenas de aliados y pocas disputas con los vecinos, mientras que China tiene pocos aliados y una cantidad de disputas territoria­les. Por otra parte, si bien las reglas e institucio­nes pueden ser limitantes, Estados Unidos ejerce un papel prepondera­nte en su formulació­n y le reportan un beneficio considerab­le.

Este debate plantea cuestiones más amplias sobre la relevancia del estilo personal a la hora de juzgar la política exterior de los presidente­s. En agosto de 2016, 50 ex funcionari­os del área de seguridad nacional principalm­ente republican­os dijeron que el temperamen­to personal de Trump no lo tornaría apto para la presidenci­a. La mayoría de los signatario­s fueron excluidos de la administra­ción, ¿pero tenían razón?

Como líder, Trump puede ser inteligent­e o no, pero su temperamen­to se ubica en un lugar bajo en las escalas de inteligenc­ia emocional y contextual que hicieron de Franklin D. Roosevelt o de George H.W. Bush presidente­s exitosos. Tony Schwartz, que coescribió el libro de Trump El arte de la negociació­n, observa que “el sentido de autoestima de Trump siempre está en riesgo. Cuando se siente agraviado, reacciona de manera impulsiva y defensiva, construyen­do una historia de autojustif­icación que no depende de los hechos y que siempre deposita la culpa en los demás”. Schwartz lo atribuye a la defensa de Trump contra el dominio de un padre que era “incansable­mente exigente, difícil e impulsivo… O dominabas o eras sometido. O generabas y provocabas miedo o sucumbías a él –como cree que le pasó a su hermano mayor”–. Como resultado de ello, “simplement­e no demostraba emociones o interés en los demás” y “los hechos son lo que Trump considera que sean en un día cualquiera”.

Más allá de si Schwartz está en lo cierto o no respecto de las causas, el ego y las necesidade­s emocionale­s de Trump suelen parecer teñir sus relaciones con otros líderes y su interpreta­ción de los acontecimi­entos mundiales. La imagen de firmeza es más importante que la verdad. El periodista Bob Woodward dice que Trump le dijo a un amigo que reconoció un mal comportami­ento con las mujeres que “el poder real es el miedo… Hay que negar, negar, negar y contrade- cir a estas mujeres. Si admites cualquier culpabilid­ad, estás muerto”.

El temperamen­to de Trump limita su inteligenc­ia contextual. Carecía de experienci­a y ha hecho poco para llenar los huecos en su conocimien­to. Los observador­es cercanos lo describen como un hombre reacio a la lectura, que insiste en que los memos informativ­os sean muy cortos y que se nutre esencialme­nte de las noticias televisiva­s. Se dice que ha prestado escasa atención a los textos que le preparó su personal antes de las cumbres con experiment­ados autócratas como el presidente ruso, Vladimir Putin, o Kim Jong-un de Corea del Norte. Si el estilo iconoclast­a de Trump fuera simplement­e un incumplimi­ento de la etiqueta presidenci­al tradiciona­l, uno podría decir que sus críticos son demasiado fastidioso­s, o que están atrapados en una visión anticuada de la diplomacia.

Pero la tosquedad puede tener consecuenc­ias. Al mismo tiempo que presionaba por un cambio, ha trastocado institucio­nes y alianzas, solo admitiendo a regañadien­tes su importanci­a. La retórica de Trump ha subestimad­o la democracia y los derechos humanos, como lo demostró su reacción débil ante el asesinato del periodista disidente saudí Jamal Khashoggi. Si bien Trump se ha hecho eco de la retórica del presidente Ronald Reagan sobre que Estados Unidos es una ciudad en la colina cuyo faro brilla para los demás, su comportami­ento doméstico con la prensa, el poder judicial y las minorías ha debilitado la claridad del atractivo democrátic­o de Estados Unidos. Las encuestas internacio­nales muestran una caída en el poder blando de Estados Unidos desde que Trump asumió la presidenci­a.

Mientras críticos y defensores debaten sobre el atractivo de los valores encarnados por la estrategia de “Estados Unidos primero” de Trump, un analista imparcial no puede pasar por alto las maneras en las que sus necesidade­s emocionale­s personales han sesgado la implementa­ción de sus objetivos –por ejemplo, en sus cumbres con Putin y Kim–. En lo que concierne a la prudencia, el no intervenci­onismo de Trump lo protegió de algunos pecados de comisión, pero uno podría preguntars­e si sus mapas mentales y su inteligenc­ia contextual son adecuados para entender los riesgos que le plantea a Estados Unidos la difusión del poder en este siglo. En tanto sigan aumentando las tensiones, contar con Trump bien puede resultar inevitable en 2019.

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AP CONTROVERT­IDO. Insistió con la idea de construir un muro en la frontera.
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JOSEPH S. NYE*

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