—Es un texto evidentemente muy difícil...
Viene de pág. 7 sin metaforización alguna, “Método para dulcificar las costumbres del adolescente violento”. Toman a los violentos y los convierten en mujeres, damas de compañía o geishas. En el mismo contexto de esa Comarca, están los tadeys, que son como animales cuyas pieles, por ejemplo, se comercian generando ingresos, y que no cesan de ser sodomizados. La justificación de este proyecto de aplacamiento de energías indeseables mediante la mutación hacia lo femenino está a cargo de mi personaje, junto con Jones, que opera como una fuerza de choque, a cargo de la represión, mientras que el otro –o yo– (risas) es el que, por decirlo de alguna manera, fundamenta teórica o conceptualmente el proyecto que, como decía antes, se sitúa, al menos en el marco de esta adaptación teatral, dentro de esta embarcación.
—Sí. Estoy bastante obsesivo porque la letra es muy compleja, muy enrevesada, muy llena de sentidos diversos, tiene esa cosa propia de él de mezclar un estilo clásico y por momentos de cierta pretendida erudición con lo más vulgar, lo más soez, y darle cuerpo a eso es interesante, pero nada fácil. Pensá que esta es una época bastante signada por el uso expresivo de las redes sociales donde uno está, pero en realidad no está, presente, hay como un desvanecimiento del cuerpo, y el teatro sigue siendo un lugar donde poner el cuerpo es lo principal. Esa cuestión de poner el cuerpo me resulta muy interesante, me gusta, la disfruto y la respeto en los demás. Es algo que desde ya no se limita al ámbito artístico o teatral y se vincula a lo político, a poner el cuerpo en la calle y esas cosas...