Pasar al acto
Vindicación. De eso se trata. Que una obra de teatro se construya sobre Tadeys, de Osvaldo Lamborghini, es una secuela extraña en esta nada que se entiende como cultura macrista, vale decir: rista utsumi. Palabras sin significado en nuestra lengua, pero que al untarlas de banalización conforman un mac combo siniestro: el macrismo construyó una forma cultural de ignorar la historia, tercerizar la miseria y sonreír al hacerlo. Y en eso son stalinistas. Tan suntuosos como los comunistas de country que supimos tener, pioneros ellos, como ningunos. Rebelión. De eso se trata. El tadey es hijo de una tradición animal que Borges supo inaugurar (hacia el pasado, como todo él) con su libro con Margarita Guerrero: Libros de los seres imaginarios. Y en eso estamos atrapados en su laberinto, que no tiene salida más que en la escritura, como lo entendió Lamborghini. Ideas. El tema es que no se puede construir el universo si no es con imaginación, riesgo, rebelión y cierta agitación de una forma oblonga, inasible, indeterminada, que en el estilo literario desajusta toda visión de lo contingente, como si no formara parte de lo real mediado por la locura. Pero que a la vez lo interpela (al loco y sus enfermeros), lo da vuelta como a una media: de tanto caminar lo real, algo queda, tal vez la mugre misma, rezago del destino… Mi interpretación sobre Tadeys, la gran novela argentina de todos estos años (y de los por venir), se modificó radicalmente con la visión del film Qué difícil es ser un dios, basado en la novela homónima de los hermanos Arkady y Boris Strugatsky (autores de Picnic extraterrestre, adaptada por Tarkovsky en Stalker). En él lo sucio, lo bajo, ejecutan una coreografía del abandono de la civilización. La cámara es German registrando esa fluctuación de lo escatológico. En Tadeys, Lamborghini es esa cámara criminal, dice que sin ideas la literatura es imposible. El escritor debe poner el cuerpo, arriesgarse, para que el estilo literario construya la fantasía de un pequeño dios olvidado, que es resistencia a la deriva de otro tipo de lengua, la de la sumisión: siempre mediada por la ley y sin deseo. “En el pecado encontrarás tu penitencia”. Es el látigo con que el conductor del carruaje azota a los personajes, también al lector para que no acepte fantasías sin secuelas, para que busque los textos que producen la deriva infinita, aquellos que consagran el goce de la lectura a contramano de la normativa de una especie tan criminal como injusta. Tadeys puede ser una serie de alguna plataforma, el tema es: ¿qué capitales soportarían el cuestionamiento radical de su propia existencia?