Al cine en el Delta Panorámico
En cada libro de Marcelo Cohen, y éste no es la excepción, subyace una premisa: que para contar algo diferente, como nos dijo él mismo en una entrevista que le hicimos el año pasado, es necesario forzar el lenguaje de algún modo, aplicar fricción sobre la materia verbal hasta que habilite una trama distinta. En parte por eso sus historias son siempre originales, y sobre todo a partir de la publicación de Los acuáticos (2001), libro donde inauguró el que tal vez sea el universo diegético más particular de la literatura argentina: el Delta Panorámico, un territorio ubicado en un futuro incierto, y retomado en este libro a partir de un procedi- En un Delta donde el delito se concentra en el robo de datos y depósitos financieros, se refrita una forma de delincuencia para la que la “ciencia de la seguridad” ya no está preparada. miento que a esta altura, y aunque haya sido utilizado con anterioridad, podríamos decir que tiene un copyright borgeano: la construcción de un narrador cuyo nombre coincide con el del autor. Así es que, en La calle de los cines, leemos a un tal Marcelo Cohen, de la Isla Onzena, que explica que los paquetes neurales de entretenimiento y la Panconciencia –una habilidad que consiste en introducirse en la mente de otra persona a modo de “turismo mental”– hicieron que ya nadie le prestase atención al “cinema”, y se le ocurre ponerse a contar los argumentos de algunas películas que vio, o en realidad más que contar los argumentos escribe su propia lectura, que es algo distinto: se adueña de los films y, de algún modo –entre otras cosas, completando lo no dicho con inferencias sutiles e inaugurando en cambio si- l lencios más inteligentes– los transf forma en algo mejor.
En lo que respecta a las tramas, l las hay de todos los géneros. El relato “Mujer cuántica”, por ejemplo, tiene todos los condimentos de la ciencia ficción y reelabora en tono irónico el solipsismo filosófico: vemos a un hombre ( y por cier to d igo “vemos” no solo porque se trata de ir traduciendo lo que se ve en una pantalla, sino porque Cohen es un autor que, como Bradbury, siempre ha tenido la capacidad de “hacer ver” con una intensidad inusual) que puede materializar a una mujer que en realidad es una “función de onda”, es decir, “una oscilación que una mirada ajena podía concentrar en un objeto material”.
Por su parte, el relato ““Intolerable”, tal vez uno de los m más interesantes, se acerca a lo que podría ser un policial. En un Delta donde el delito se concentra en el robo de datos, información, depósitos financieros, memorias, reflexiones “y todo lo que puede haber en las cabezas”, se refrita una forma de delincuencia para la que la “ciencia de la seguridad” ya no está preparada: el liso y llano robo in praesentia. Pero no se trata de robar para usufructo personal: Darec, el personaje, es un “agente de la reparación” que incurre en el delito para repartir luego los bienes entre los pobres, quienes han dejado de delinquir no por razones éticas sino porque han perdido el deseo, y eso es justamente lo que viene a devolverles él. En ese marco, y como la sociedad ya no cuenta con personal preparado para combatir ese tipo de delito, tienen que recurrir a una mujer que por sus aptitudes detectivescas se convierte