Perfil (Domingo)

Reír o no reír

- POR QUINTíN

Estuve viendo algunos capítulos de la serie El comisario Montalbano, que el canal Europa Europa emitió a granel durante los días festivos. Tardé mucho para que las novelas de Andrea Camilleri sobre el policía siciliano se convirtier­an en hábito; tardé menos para convertirm­e en adicto de la serie, que se emite a razón de dos capítulos por año desde 1999 (las novelas empezaron en 1994), lo que me permite habitar más plenamente un universo esencialme­nte grato. La versión televisiva logra recrear los personajes, una clave de la saga escrita: el explosivo Montalbano, el trío de fieles agentes de la comisaría que componen el mujeriego y legalista Augello, el demasiado eficiente Fazio y el tonto angelical de Catarella. La televisión es un gran vehículo para mostrar la colección de mujeres espectacul­ares que alternan con Livia, la eterna e incordiosa novia de Montalbano que no sabe cocinar. Pero también para escuchar los distintos matices del lenguaje de la isla, que el lector de traduccion­es no puede apreciar: desde el italiano más puro hasta el dialecto más cerrado. La serie tiene algunos baches narrativos, algunas torpezas visuales y un defecto importante: aunque muestra pasajes sicilianos bellísimos e interiores alucinante­s de viejas casas, las calles están siempre vacías: en ellas se ve solo a los actores, como si la policía siciliana real mandara despejar las locaciones para que no perturben la filmación.

Hay un tema que Camilleri trata con cuidado en sus libros y es el de la mafia, ancestral institució­n ligada a todo lo que el escritor detesta: el delito organizado, la corrupción, la crueldad, los políticos de derecha. Pero las novelas se ocupan de crímenes que ocurren en una zona gris y que tanto pueden ser ajustes de cuentas entre mafiosos como acontecimi­entos entre particular­es. En esos casos, no faltan las comunicaci­ones indirectas con los capos locales que permiten deslindar responsabi­lidades y prolongar la convivenci­a pacífica. Las novelas dejan la sensación de que la mafia es una especie de condimento de la vida social o de mal necesario, preferible a perversion­es delictivas más modernas. Camilleri cuenta historias de crímenes atroces al mismo tiempo que celebra la alegría de vivir que proporcion­an la comida, el sexo, la natación, la amistad, la conversaci­ón chispeante. En la ficción de Camilleri, la mafia cumple la función de regular ese balance tan italiano entre la comedia y la tragedia.

Esa ambigüedad aparece en Vosotros no sabéis, un libro recienteme­nte reeditado, en el que Camilleri se ocupa de Bernardo Provenzano, capo de la Cosa Nostra que vivió 43 años en la clandestin­idad y que se comunicaba con sus subordinad­os exclusiva mente media nte mensajes escritos. Hay en el libro una mezcla de desprecio, admiración y perplejida­d frente a un personaje que pasó de ser un asesino sangriento cuando estaba a las órdenes de Totò Riina a adoptar una modalidad más reflexiva y conciliado­ra en los años de su propia jefatura. Camilleri trata de entender si Provenzano obraba por astucia o estupidez, por cálculo o religiosid­ad, como un pequeño delincuent­e o como un hombre de Estado. En todo caso, solo sabe a ciencia cierta que Provenzano no reía nunca. Como Guillermo Piro, que esta semana se jactaba de ello en Twitter.

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ANDREA CAMILLERI

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