La muerte como hedonismo de los años 80
JUAN MANUEL DOMíNGUEZ
La de las series, como todas las revoluciones (o modas que facturan), necesitan de otras revoluciones (o modas que facturen). Los cómics de autor son ese terreno a la hora de la fertilidad asistida de las series; y ése “de autor” implica aquí hablar de cómics generados por fuera de compañías que se quedan con –en la mayoría de los casos– los derechos de lo que publican. Eso, claro, se traduce en ciertas libertades lúdicas que han generado en los últimos 10 años un ping-pong: los cómics sirven para que Doña Series los vea y Doña Series responde importando su producto a la TV y así entonces, ambos flirtean permanentemente con sus ideas, con sus híbridos, sus necesidades y con sus hijos pródigos y prodigios. En fin, con crear la nueva gran cosa cool de esta semana. Y si hay algo que quiere ser Deadly Class es cool.
Así nació en el cómic: como un mezcla molotov de los dramas de colegio, pero dentro de un instituto donde adolescentes perfeccionan el arte de matar durante los años de Ronald Reagan (a la cabeza de la lista de las futuras víctimas del protagonista, Marcus Lopez).
Como muchas series, es la cruza con conocimiento de causa del género (y alteración del mismo) que permite la electricidad del asunto. Aquí, bajo la construcción de los hermanos Russo (directores de varios films Marvel, incluyendo Avengers: Infinity War) y como el mismo autor del cómic (Rick Remender) la matriz es el drama teenager, de esos donde hay adolescentes descastados, pero que deciden apretar todos los mismos botones que cualquier pelícu- la de John Hughes o Amy Heckerling (el amor casi imposible, el amigo que nos define, las situaciones que muestran qué persona podrían ser). La variante: aquí la estructura dramática y la que permite un juego esteta es la película cool de asesinos. El instante Ringo Lim, la pulsión John Woo, cierta tensión Tarantino (sin tanto lucimiento verbal): el asesinato y la violencia como caldo cool de situaciones que suelen verse en películas de acción que buscan la acro- bacia y la cofradía antes que cierta idea seca de la acción. Y lo cierto es que en ese sentido, Deadly Class abraza su hedonismo como pocas series. Claro que un salón de clases de asesinos en uniforme adquiere una lectura política en la Estados Unidos actual, pero es clave entender las ganas de juguete diabólico que la serie deja en claro desde su banda de sonido (los 80 sofisticados y populares) y desde sus medidos, pero lúcidos excesos.