NARRATIVA ACERCA DE LA Y LA ESTETICA DEL DEPORTE
DURANTE TRES AÑOS, LOS DOS ESCRITORES SE INTERCAMBIARON CARTAS EN LAS QUE TRATARON SOBRE DIVERSOS TEMAS. REFLEXIONES SOBRE FEDERER, LOS HEROES DEPORTIVOS Y VER PARTIDOS POR TV.
Querido John:
Estoy de acuerdo contigo en que mirar deportes por televisión es una actividad inútil, una absoluta pérdida de tiempo. Y sin embargo, ¿cuántas horas de mi vida he perdido precisamente de ese modo? La suma total será sin duda apabullante, y solo con pensar en ello me abochorno. Hablas de pecado (en broma), pero el término adecuado quizá sea placer culpable, o tal vez solo placer. En mi caso, los deportes que me interesan y veo con frecuencia son aquellos que practicaba de pequeño. De ese modo se conoce y se entiende íntimamente el deporte, y por tanto es posible apreciar las hazañas, la destreza a menudo deslumbrante, de los profesionales. Me importa un pito el hockey sobre hielo, por ejemplo, porque nunca he jugado a eso y no lo entiendo de verdad. Además, en mi caso, tiendo a centrarme en equipos específicos y a seguirlos. La vinculación personal se hace más profunda cuando los jugadores son personajes familiares, bien conocidos, y esa familiaridad incrementa la propia capacidad de soportar el aburrimiento, todos esos momentos deprimentes en que no sucede gran cosa.
No hay duda de que los deportes poseen un sólido elemento narrativo. Seguimos los giros y peripecias del encuentro con objeto de saber el resultado final. Pero no, no es exactamente lo mismo que leer un libro; al menos no la clase de libros que tú y yo tratamos de escribir. Aunque quizá tenga una relación más estrecha con la literatura de género. Piensa en los thrillers o en las novelas policiacas por ejemplo, que siempre son el mismo libro, incesantemente repetido, miles de sutiles variaciones de la misma historia, y sin embargo el público siente un apetito insaciable por esas novelas. Como si cada una de ellas fuera la representación de un ritual.
El aspecto narrativo, sí, que hace que sigamos mirando hasta la última jugada, hasta el definitivo tictac del reloj, pero en general tiendo a pensar en los deportes como una especie de arte en vivo. Te quejas del carácter de déjà vu de tanto deportes y competiciones. Pero ¿acaso no ocurre lo mismo cuando asistes a un recital de tu sonata para piano de Beethoven favorita? Ya te conoces la pieza de memoria, pero quieres oír cómo la interpreta ese pianista en concreto. Hay pianistas y atletas pedestres, pero en cierto momento aparece uno que te quita el aliento.
Paul Querido Paul: Escribes sobre la fijación que siente el niño por los héroes deportivos y a continuación la distingues de la actitud madura que busca el elemento estético del espectáculo deportivo. Coincido contigo en que ver deportes por televisión es en gran medida una pérdida de tiempo. Pero hay momentos que no son ninguna pérdida de tiempo, como por ejemplo los que tenían lugar de vez en cuando en la época dorada de Roger Federer. A la luz de lo que tú dices, examino esos momentos y los repaso en mi memoria; Federer haciendo una volea cruzada de revés, por ejemplo. Y me pregunto: ¿acaso es realmente la estética, o únicamente la estética, lo que da vida a esos momentos para mí? A mí me parece que mientras presencio la jugada me pasan dos pensamientos por la cabeza: (1) si yo también me hubiera pasado la adolescencia practicando golpes de revés en lugar de lo que hice… entonces también habría podido hacer jugadas así y provocar que el mundo entero ahogara un grito de asombro. Y a continuación: (2) por mucho que me hubiera pasado la adolescencia entera practicando golpes de revés, jamás podría haber hecho esa jugada, mucho me- nos bajo el estrés de la competición y de forma voluntaria. Y por consiguiente: (3) acabo de ver algo que es al mismo tiempo humano y más que humano; acabo de ver algo que viene a ser el ideal humano materializado. Lo que quiero reflejar en esta serie de réplicas es la forma en que la envidia levanta primero la cabeza y luego se ve sofocada. Uno empieza envidiando a Federer, de ahí pasa a admirarlo, y por fin termina ni envidiándolo ni admirándolo, sino exaltado ante la revelación de lo que puede hacer un ser humano, o por lo menos uno como él. Y considero que eso se parece mucho a mi respuesta a las obras de arte a las que he dedicado mucho tiempo (de reflexión y análisis), hasta el punto de tener una buena idea de lo que contribuyó a su creación: puedo ver cómo se hicieron pero jamás las podría haber hecho yo, están fuera de mi alcance; pero fueron hechas por un hombre (de vez en cuando una mujer) como yo; ¡qué honor pertenecer a la especie de la que ese hombre (o de vez en cuando mujer) es representante! Y llegado este punto ya no puedo distinguir lo ético de lo estético.
John.