La ciencia detrás de la serie furor, ‘Chernobyl’
Especialistas analizan el accidente nuclear.
Tras el final de Game of Thrones, no parecía fácil que una nueva serie ocupara rápidamente el centro de atención global. Pero gracias a un activo boca en boca, la miniserie Chernobyl, que recrea el accidente de la central nuclear de 1986, tomó el centro del streaming: solo en Estados Unidos la vieron seis millones de personas. Y en el sitio especializado IMDb, 180 mil usuarios la calificaron con 9,7 sobre 10. La miniserie producida por HBO y Sky recurre a muchos términos científicos que colaboran en dar verosimilitud al relato.
PERFIL consultó a expertos argentinos en energía nuclear sobre la catástrofe y su versión televisiva.“Es muy interesante saber que, a tres décadas del accidente, disponemos de una gran cantidad de datos, simulaciones e informes elaborados por cientos de expertos de todo el mundo. Eso hoy nos permite entender en detalle qué, cómo y por qué pasó. Y además, aprender para que no se repita”, resumió a PERFIL Marcelo Salvatore, ingeniero nuclear y director de Nucleoeléctrica Argentina. “En 1986 yo empezaba a cursar en el Balseiro. Y mientras llegaban los primeros reportes del accidente por medio de revistas científicas especializadas o por comentarios de profesores invitados a dar charlas, nos preguntábamos qué hacíamos estudiando una carrera nuclear que, parecía, estaba por desaparecer como industria”, recordó.
Según Salvatore, es importante diferenciar lo que pasó en Chernobyl de una explosión nuclear. “No fue algo tipo Hiroshima, donde la bomba comprimía una masa crítica para que reaccionara en una explosión descontrolada. En una central nuclear la reacción es ‘controlada’. Y cuando se ‘descontroló’, por errores operativos, el accidente resultante fue químico: una explosión de vapor que mezcló e incendió grafito y elementos combustibles radiactivos”.
El directivo también recordó que “era una central nuclear típica de la década del 50, diseñada originalmente para fabricar plutonio para armas nucleares pero luego puesta a generar electricidad”. Además, hay que destacar que no era un diseño puramente soviético. “Ese misma tipo de tecnología se usaba en Inglaterra y EE.UU. con fines bélicos, ya que eran reactores fáciles de construir y relativamente económicos”.
En la serie se muestran algunos detalles científicos y médicos que llaman la atención. Por
ejemplo, una especie de aurora boreal azulada, visible desde kilómetros, generada por la radiación que “emanaba” la planta. “Esa luz azulada se denomina ‘efecto Cherenkov’, y sí puede darse en la atmósfera. De hecho, se detecta en la interacción de rayos cósmicos con la atmósfera. Pero en la serie me parece magnificado. Si se vio, debe haber sido muy débil y solo perceptible desde las inmediaciones”, dijo Salvatore.
Otro detalle certero es el reparto de píldoras de yodo entre los científicos y en el hospital. “Su efecto protector se conoce desde la II Guerra Mundial. Sirve para saturar la glándula tiroides y que esta no absorba partículas de yodo radiactivo generadas tras el accidente”, detalló Carla Notari, especialista en reactores nucleares y decana del Instituto de Tecnología Nuclear de la UNSM. Notari recuerda haberse enterado del accidente “mientras estaba en Ezeiza, viajando a una conferencia en Italia. No podíamos despegarnos del televisor para embarcar”.
Impacto. ¿Qué aprendimos de Chernobyl? Según Notari, la industria nuclear es como la aeronáutica, que de cada incidente saca conclusiones y genera mejoras operativas y diseños de ingeniería buscando disminuir el error humano. “Sin dudas, por su impacto fue el peor accidente de la historia, pero al menos nos dejó un legado de mejoras continuas”.
Algo interesante que destaca Notari es que en estos casos la radiación no fue lo peor. “Las muertes directas por radiación fueron unas 50. Algo parecido ocurrió en Japón, en Fukushima. Es fácil olvidar que los más de 15 mil muertos se ahogaron por el tsunami, no por el accidente nuclear”. Pero la experta recalca otro efecto devastador generado por estos accidentes: “Las consecuencias psicológicas y de salud mental causadas por la incertidumbre y las evacuaciones masivas. Eso también se vio en grandes accidentes de plantas químicas”.
¿Podría pasar algo similar en Argentina? Salvatore y Notari consideran que no. “Hay varias razones. Las centrales más nuevas y las proyectadas a futuro, como el Carem argentino, son de tercera generación, y por diseño y automatización previenen una gran cantidad de errores humanos. Además se incorporaron medidas de seguridad que no dependen de la acción de personas o de disponer, o no, de energía eléctrica. Ante un eventual problema se disparan mecanismos inherentes accionados, por ejemplo, por la ley de gravedad, que la apagan”.
“Fue el peor accidente de la historia. Nos dejó un legado de mejoras.”