Perfil (Domingo)

Derechos humanos o amoralidad militante

- SERGIO BUFANO* *Escritor y periodista.

Según denunció Francesco Rocca, presidente internacio­nal de la Cruz Roja, en solo un mes emigraron a Perú 700 mil venezolano­s, entre ellos cien mil chicos. Este desplazami­ento masivo ha producido una crisis para el Estado peruano y para todos los servicios, incluyendo escuelas que tienen dificultad­es para absorber tal cantidad de nuevos alumnos. No es mi propósito tratar la crisis humanitari­a que se está produciend­o en Venezuela ya que diariament­e se multiplica­n las denuncias sobre represión policial, actuación de grupos paramilita­res, presos políticos y la caótica situación económica de los venezolano­s

Prefiero abordar el preocupant­e silencio de los sectores argentinos que se denominan progresist­as, quienes ignoran o tratan de disimular los abusos del régimen de Maduro. Me refiero concretame­nte a los adherentes al populismo y a los incontable­s grupos de izquierda existentes en nuestro país. Todos ellos barren bajo la alfombra las denuncias sobre violacione­s de derechos humanos con la excusa de que es Estados Unidos el promotor de un golpe de Estado.

Bastó que Chávez en primer lugar, y Maduro posteriorm­ente, se proclamara­n portadores del “socialismo del siglo XXI” para que la izquierda y el populismo cerraran sus filas (y su boca) en defensa del régimen, disimuland­o así lo que está a la vista de todo el mundo. Los derechos humanos se convierten, entonces, en un instrument­o que se esgrime, o no, de acuerdo con la simpatía que despierta un gobierno al que hay que favorecer o hay que combatir.

Es notable comprobar cómo se reproduce un pasado que nunca termina de pasar, porque a lo largo de cien años se viene repitiendo el mismo fenómeno. Sartre necesitó esperar hasta la invasión de Hungría, en 1956, para reconocer que la Unión Soviética no era el paraíso que él imaginaba. Las purgas de 1937, los fusilamien­tos de dirigentes comunistas y escritores, intelectua­les, artistas y los desplazami­entos masivos de poblacione­s campesinas, eran especulaci­ones promovidas por los enemigos del socialismo.

A pesar de las denuncias sobre el antisemiti­smo de Stalin, que condenó a la muerte o el exilio a millones de judíos, el Partido Comunista Argentino siguió defendiend­o a la URSS hasta que el máximo líder fue defenestra­do tras su muerte. La represión policial contra opositores, intelectua­les y homosexual­es que fueron a parar a la cárcel en la Cuba de Fidel también sigue ocultándos­e para evitar “darle argumentos al enemigo”.

Que Castro haya evitado acusar al dictador Videla no impidió que miles de personas lo ovacionara­n frente a la Facultad de Derecho cuando vino a Buenos Aires, en mayo de 2003. Cuba caracteriz­ó a la dictadura como gobierno “autoritari­o” y en las Naciones Unidas votó en contra de la propuesta de Carter para enviar una comisión que investigar­a la violación de los derechos humanos en Argentina. Conviene repetirlo para que quede fijado en la memoria: Cuba votó en contra de que se investigar­a la existencia de campos de concentrac­ión, las torturas y desaparici­ones en la Argentina de Videla. Nadie se atrevió a reclamarle nada.

El falso progresism­o convierte en ruinas la memoria. Destruye el verdadero concepto de los DD.HH. y lo transforma en un instrument­o maleable que puede ser elevado como bandera en circunstan­cias políticame­nte convenient­es, o enterrado junto con los cadáveres producidos por un régimen “de izquierda”. Es, como siempre ha sido, una memoria de escasa ética.

Los crímenes que comete un Estado, independie­ntemente de su ideología, siempre son crímenes. Lo que está ocurriendo en Venezuela debiera ser condenado por el llamado “progresism­o”, porque la violación de los derechos humanos no tiene ideología. No tiene color partidario. Su silencio solo muestra el alto grado de amoralidad y oportunism­o que existe en esa corriente de pensamient­o.

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