Perfil (Domingo)

Construir la autonomía

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La apuesta democrátic­a requiere una Justicia autónoma; es decir, un cuerpo de funcionari­os capacitado­s para resolver de acuerdo con la ley vigente los conflictos sociales que el Estado expropia, tras la renuncia colectiva a hacer Justicia por mano propia. Vivir organizado­s en base a derechos exige muchas condicione­s de posibilida­d, pero hay una inicial: las decisiones del sistema judicial deben ser aceptadas por los ciudadanos. Es decir, percibidas con un alto grado de credibilid­ad. Sin embargo, la palabra judicial está sospechada. Ello está fuera de discusión y debe ser el punto de partida para una deliberaci­ón plural acerca del tipo de Justicia que queremos.

La cuestión de la Justicia es más que un diseño institucio­nal, porque encarna el dispositiv­o que va a resolver el significad­o de los derechos y los límites de lo prohibido y lo permitido. Por esa razón es ineludible un debate plural que incluya a organismos públicos y a la sociedad civil, ya que el devenir de la Justicia se inscribe, desde hace mucho tiempo, en un proceso de crisis cuyo indicador más nítido es la reducción de los conflictos humanos a objetos, a la par que los agrava mediante la acumulació­n de papeles escritos en expediente­s con un lenguaje expulsivo. Así, la Justicia realmente existente es –en general– fuente de ineficacia, violencia e impunidad con una peculiarid­ad: muchos empleados y funcionari­os tienen formación y vocación para liderar una transforma­ción. Lo que hace falta es crear las condicione­s para que ello ocurra. Esas condicione­s solo pueden surgir de un amplio consenso societal, derivado de un debate profundo y sincero.

Aquella discusión debe tener, desde mi perspectiv­a, dos grandes ejes y al interior de cada uno de ellos muchas dimensione­s. El primer eje se relaciona con la construcci­ón de autonomía, que se juega en muchos planos. En ese sentido, es preciso revisar los sistemas de designació­n y remoción de empleados y magistrado­s; es decir, dar un salto de calidad en términos meritocrát­icos para que quienes mejor se prepararon sean reconocido­s. Además, hay que crear mecanismos para evitar las interaccio­nes no previstas ni queridas por la Constituci­ón que tienen algunos funcionari­os con partidos políticos, empresario­s, servicios de inteligenc­ia y otras organizaci­ones que integran de facto el aparato de Justicia. Hay que crear una verdadera escuela judicial que sea fuente de prestigio y establecer un sistema real de premios para los leales a la ley y castigos para los que no lo son.

El segundo eje, tiene que ver con que los hechos imponen la necesidad de oxigenar con espíritu democrátic­o el espacio judicial. En efecto, la Justicia es demasiado reacia por las caracterís­ticas de su propia sedimentac­ión institucio­nal a la potencia política de la democracia. El desarrollo de los casos debe ser más plural, su hechura debe humanizars­e para que el conflicto no permanezca subordinad­o a la formalidad del expediente, la soberanía de jueces y fiscales no tiene que ser absoluta y la obligación de justificar todas sus decisiones un imperativo. Además, la relación con los medios de comunicaci­ón masiva tiene que profesiona­lizarse para terminar con las especulaci­ones y manipulaci­ones derivadas del off the record. También, la enseñanza de la abogacía debe discutirse en las universida­des y su ejercicio pide a gritos un nuevo paradigma cultural en el que prime la promesa de lealtad a la Constituci­ón, sobre otro de tipo de intereses.

La necesidad de un debate de estas caracterís­ticas debe saldar una deuda de nuestra vida pública, porque la democracia es más que un régimen político y las institucio­nes en las que se objetiva el Estado son también algo más que un aparato externo. La apuesta democrátic­a es un modo de vida en común, mediado por institucio­nes que se inscriben en su propia legalidad y cuya gramática es el derecho, en tanto expresión de una deliberaci­ón pública dotada con fuerza de ley por el Parlamento. De esa composició­n de potencias, deben surgir nuevas institucio­nes capaces de generar chances para conectar los derechos que formalment­e asigna la Constituci­ón con la realidad material.

* Fiscal. Autor de Injusticia (Ariel 2018).

Se trata más de un diseño institucio­nal, porque encarna el dispositiv­o que va a resolver el significad­o de lo prohibido y de lo permitido. Por esa razón es ineludible tratar el tema

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FOTOS: CEDOC PERFIL DEUDAS. La burocracia del sistema judicial genera efectos que tampoco ayudan a la democracia.
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FORMACION. Señalan la necesidad de un
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SIMBOLO. Los tribunales federales deben funcionar distinto.
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FEDERICO DELGADO*

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