Hazañas prodigiosas
Las cartas secretas de Georges de Broca Autores: Agusto Munaro Género: novela Otros libros del autor: El cráneo de Miss Siddal; Noche soleada; Islandia; Los soñantes; Celuloide; A la hora de la siesta; El baile del enlutado; El busto de Chiara; La página infinita; 1944 Editorial: Huesos de Jibia, $ 290 Desde hace algunos años, Augusto Munaro está construyendo una obra muy sólida que puede leerse como una especie de novela río donde los libros, los estilos y las temáticas están interconectados.
Su última novela, Las cartas secretas de Georges de Broca, está entre las más cuidadas en el aspecto formal, pero tal vez no consigue, por eso mismo, la inmediatez o naturalidad que tienen otros de sus trabajos.
Las epístolas a diferentes destinatarios recorren, prácticamente, toda la vida del inventor, un bon vivant y trotamundos llamado Georges de Broca. En ese confesionario de aventuras, Munaro, con un detallismo rayano en la perfección, describe diferentes períodos de la historia.
En ellos pueden verse influencias del posdecadentismo francés, del simbolismo, del surrealismo, de la literatura popular, el cienti
ficismo de fin de siglo o la aventura en su vertiente folletinesca (con héroes rocambolescos o al oscuro estilo de Gastón Leroux).
Esta obsesión por la extravagancia y la erudición llevarán a detallar a George de Broca sus desvelos por un autómata femenino que construyó a su gusto y que pierde en la ciudad de Dresde una noche antes del bombardeo aliado –el 13 de febrero de 1945–, la creación de un homúnculo vegetal a principios del siglo XX, la invención de tónicos de alquitrán curalotodo, la visita al Cabaret du Néant, en Montmartre, donde cada cosa hace referencia a la muerte, un arte que se autodestruye para ser inmortal y trascendente, el descubrimiento de un gnomo enjaulado, una máquina que provoca precipitaciones de lágrimas, la explotación de los tullidos de la Primera Guerra Mundial en un barracón de feria o cabezas cercenadas de condenados a muerte que vuelven a nacer como plantas carnívoras.
El libro tal vez peque de excesivo y el paso del tiempo, entre una carta y otra, a veces de décadas, pocas veces parecen pesar sobre la vida de Broca que, más bien, limita sus confesiones a contar estas hazañas prodigiosas.
El conjunto de cartas puede que sea la obra de un mistificador. Queda en el lector, entrar en el juego que propone Munaro, de esta especie de calidoscopio de maravillas que son las cartas de George de Broca.