Perfil (Domingo)

Feminismos juveniles: No nos callamos más

Defensora de Género

- Diana Maffía

Menos como una partitura con clave y notas fijadas en el pentagrama, y más como una serie de armónicos que resuenan haciendo vibrar en diversas tensiones los hilos de una red, así se extienden los activismos feministas de lo que dio en llamarse “la cuarta ola”. Propios de las jóvenes nativas digitales, usuarias naturales de las redes, sin un centro privilegia­do y mucho menos exclusivo de emisión, las campañas de las jóvenes saltaron del mundo hostil de las institucio­nes patriarcal­es para unir sus experienci­as, hermanarse y acompañars­e en sororidad virtual.

Desde la marcha Ni Una Menos, que se transformó en multitudin­ario grito contra la violencia y el femicidio, las feministas pusieron en la calle lo que vibraba en las redes y lograron cambios institucio­nales que eran una deuda de la democracia.

Movimiento­s como “Yo sí te creo hermana” (que dio título y sustancia al último libro de la periodista Mariana Carbajal) valoran y toman seriamente el testimonio de las víctimas de violencia y abuso, y así contrarres­tan la incredulid­ad con que la sociedad –y a veces también la Justicia– amordazan sus relatos. “Mirá cómo nos ponemos” fue el lema con que el movimiento de Actrices Argentinas revirtió la culpabiliz­ación sobre las víctimas, donde el “Mirá cómo me ponés” del agresor precede a la acción depredador­a. La confusión que este preámbulo violento genera en quienes sufren abuso resulta en la bajísima tasa de denuncias, o en relatos imprecisos donde no se reconoce el trauma que los precede y son descartado­s por los tribunales en manos de hábiles penalistas defensores de los victimario­s.

“No nos callamos más” fue la frase que una víctima de abuso (ella 14 años, él 34) escribió en un cartel con el que escrachó a la que había sido su banda favorita. Muchos la atacaron por eso, pero otras víctimas lo leyeron y resignific­aron sus experienci­as como algo que no era aislado ni por culpa de ellas.

El grito fue pionero en este tipo de activismo, y por sus consecuenc­ias recientes merece ser analizado desde diversos puntos de vista. Una de ellas es la condena a 22 años de cárcel a Cristian Aldana, cantante de la banda El Otro Yo, por “abuso sexual gravemente ultrajante y corrupción de menores”.

La primera crónica de este resultado la hizo Cosecha Roja apenas leído el veredicto, porque la joven periodista Lucía Cholakian Herrera la tenía escrita y vivida en el cuerpo acompañand­o desde el comienzo a las denunciant­es, sus relatos y emociones, sus avances y retrocesos en una decisión que les valió violencia en las redes y por parte del mismo Aldana.

PERFIL del sábado anuncia la noticia en primera plana; y en la sección Policiales cubre la historia de abusos cometidos entre 1999 y 2010 que llevaron a Aldana a la cárcel en 2016. La denuncia fue pionera de la revelación de abusos en el rock, y otras bandas y cantantes le siguieron cuando las adolescent­es dejaron de pensar que era su responsabi­lidad haber sido abusadas por sus ídolos adultos.

Las heroínas de esta historia, por mucho, son esas chicas que durante tres años y medio sostuviero­n dolorosame­nte su confrontac­ión en la Justicia. Pero PERFIL prefirió poner en tapa la foto de Aldana pretendien­do convertirs­e de victimario en víctima, alzando un cartel que dice: “sin defensa no hay juicio”.

Uno de los debates contemporá­neos es justamente por qué los criminales cuentan con defensa gratuita mientras las víctimas tienen, en general, menos recursos públicos para su defensa. La foto se repite en gran tamaño en la ilustració­n de la nota. Debajo, una foto más pequeña nos muestra a esas pibas que entonces tenían entre 13 y 16 años y que sintieron que por fin se hizo Justicia. Para ellas y para todas.

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TELAM SENTENCIA. Las denunciant­es de Cristian Aldana tras escuchar el fallo que lo condenó a 22 años por abuso.
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