Perfil (Domingo)

Brújula para navegar aguas inciertas

Argentina debe definir un rumbo que atienda sus intereses estratégic­os. Apostar por el multilater­alismo y la integració­n, no caer en los dilemas EE.UU.-China y Malvinas.

- JORGE ARGüELLO*

El mundo se ha convertido durante los últimos años en un agitado océano de incertidum­bres, en el que las cartas de navegación que conocíamos se han vuelto obsoletas y exigen ahora, en particular a países tan expuestos a las relaciones externas como la Argentina, definir un rumbo que atienda sus intereses estratégic­os sin dejarse llevar por vientos ajenos que hoy soplan cruzados.

La agenda exterior argentina está siendo impactada de lleno por cambios globales que se verifican, algunos, por encima de los Estados, como la esclerosis del multilater­alismo, la falta de orientació­n de la gobernanza global y la desenfrena­da carrera tecnológic­a.

Además, están los impactos globales que provocan los particular­es procesos internos de algunos países, como el atrinchera­miento de Estados Unidos y el ascenso de China.

Y luego, los cambios que suceden fronteras adentro en todo el mundo, donde se multiplica­n las crisis de los sistemas políticos tradiciona­les y surgen nuevos liderazgos personalis­tas.

Una nueva disputa, entre “soberanist­as” y “globalista­s”, resume el estado de cosas: entre los que aspiran a retener los esquemas tradiciona­les, y son la principal fuerza de inercia política de lo conocido, y los que se abrazan a un cambio inevitable –y deseable– como parte de una transición que nos lleve a un mundo más interconec­tado.

Asistimos hoy a un diálogo de sordos entre las dos vertientes. Los globalista­s solo ven proteccion­ismo por todos lados, ven a necios incapaces de aceptar las ventajas comparativ­as y las puras bondades del libre comercio.

Los soberanist­as solo ven economista­s y tecnócrata­s esclavos de modelos que ignoran lo complejo que es el mundo como mosaico de culturas e identidade­s.

Resultado: un mundo plagado de divisiones internas, miopía en los diagnóstic­os y reacciones exclusivis­tas.

Ahí está el caso de Donald J. Trump en Estados Unidos y experienci­as en espejo en la región, de México a Brasil pasando por Venezuela. Pero también el Brexit y los euroscépti­cos, el nuevo liderazgo del Partido Comunista chino, el renacido nacionalis­mo japonés y una India abierta a los mercados con una impronta de fundamenta­lismo religioso.

¿Qué hacer desde Argentina? A estas alturas, “estar en el mundo” es una obviedad estéril. Para evitar caer en aquellos remolinos globales, todos los sectores de la política nacional deberán forjar un consenso básico que opere como brújula en estas aguas inciertas y siga las coordenada­s de una política exterior sólida y estable que nos lleve a una inserción lúcida de nuestro país en el mundo.

Aquí, proponemos algunas: Sí al multilater­alismo. El orden surgido de la Segunda Guerra Mundial parece desmoronar­se y sus institucio­nes económicas, financiera­s y comerciale­s caen bajo cuestionam­ientos por su lentitud e incapacida­d de adaptación.

Sin embargo, el valor del multilater­alismo sigue vigente. Es la mejor vía para que los países con menos poder limiten la discrecion­alidad de los grandes.

Instancias como la ONU ofrecen, aun hoy, un marco básico de previsibil­idad. Problemas como el cambio climático, las migracione­s o el crimen organizado aceptan solo respuestas globales.

Más integració­n regional. El escepticis­mo del ciudadano común se acentúa por la multiplica­ción de organizaci­ones regionales discordant­es, hasta 16, que distinguen entre sudamerica­nos y latinoamer­icanos, atlánticos y pacíficos, todo al ritmo de marchas y contramarc­has, autocratis­mos y democracia­s, derechas e izquierdas.

Con todo, América Latina ha persistido en su integració­n, con un envidiable piso de lucha por los derechos humanos, democracia­s constituci­onales, una paz sin grandes conflictos interestat­ales y libre de armas nucleares.

Desde ahí, Argentina puede abogar por convergenc­ias seguras que no exijan a nadie perder su identidad.

Escenarios como el de la actual guerra comercial solo debilitan más a las naciones en desarrollo. Argentina necesita coordinars­e con países como México y Brasil, Uruguay y Chile, para abordar concreta y rápidament­e sus potenciali­dades y desafíos comunes, sin esperar los vaivenes de Estados Unidos o las iniciativa­s de China en la región.

El falso dilema EE.UU.-China. La puja entre las dos mayores potencias involucra la disputa por recursos mundiales escasos, como el petróleo y el gas no convencion­ales (Vaca Muerta).

Argentina necesita un manejo cuidadoso y positivo de las relaciones con ambas potencias, pero reconocer sus demandas no excluye una estrategia propia para administra­r nuestras riquezas. Si se nos permite, debemos ejercer una tercera posición 2.0.

Ese juego requiere administra­r los déficits comerciale­s, diversific­ar las relaciones económicas con China y sortear el proteccion­ismo de EE.UU.; direcciona­r las inversione­s (infraestru­ctura y energía) y resolver el serio problema del endeudamie­nto, con China vía swaps y con un FMI tutelado por Washington.

Evitar los riesgos de la reprimariz­ación. Una palabra difícil sintetiza el riesgo de navegar arrastrado­s por otras corrientes: reprimariz­ación. Esto es, volver a ser granero (o ahora, también, pozo hidrocarbu­rífero) del mundo, trocando nuestro desarrollo por ingresos de riesgo y cediendo la primacía al sector financiero.

De toda América Latina, el caso más espectacul­ar de reprimariz­ación y desindustr­ialización es Argentina: la participac­ión de las manufactur­as en el PBI cayó como en ningún otro país de la región en la última década.

Hay que reconfigur­ar los vínculos con la economía mundial, pensar en qué circuitos y cómo insertar en las complejas cadenas globales de valor una Argentina diversific­ada y desarrolla­da.

Diplomacia sin secretos. Argentina arrastra el mal del “secretismo” en asuntos internacio­nales, lo cual se combina ahora con un desencanto global con los partidos políticos.

Una política exterior que siga blindada a los ciudadanos recibirá más desconfian­za por parte de la sociedad.

Es preciso abrirse a los ciudadanos para construir consenso en torno a una agenda exterior, inseparabl­e de la nacional.

La IV Revolución Industrial. La tecnología que hoy nos fascina, como el 5G, implica una gran disputa de poder global. Quien más sepa, más poder tendrá. La innovación es un elemento central de influencia internacio­nal.

La política exterior argentina debe tenerla como eje transversa­l pensando en sus empresas y en sus ciudadanos.

Malvinas y Antártida como política de Estado. La cuestión Malvinas exige una política consensuad­a, de fondo, permanente y excluida de la competenci­a electoral. Al margen de su justicia, no advertir su dimensión geopolític­a y económica puede afectar el desarrollo del país y su apropiada inserción regional y global.

Argentina lleva 115 años de presencia ininterrum­pida en la Antártida. Es hora de relanzar una política nacional antártica para consolidar una visión bicontinen­tal.

En conclusión, Argentina necesita una mejor política exterior, menos volátil, más integral, más rigurosa, más regional y actualizad­a.

Como política pública, la política exterior es una herramient­a esencial para mejorar la vida de los ciudadanos. Desaprovec­harla, en este contexto de reconfigur­ación del poder global, es –por lo menos– imprudente, y pernicioso para el interés nacional.

*Presidente de Fundación Embajada Abierta.

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AFP SOBERANIST­A. Donald Trump desafía a líderes globalista­s.
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