Perfil (Domingo)

Amores contrariad­os

- GABRIEL BELLOMO

Autor: Bernhard Schlink Género: novela Otras obras del autor: El fin de semana; Mujer bajando una escalera; Amores en fuga; El lector; El fin de Selb; Mentiras de verano; El regreso; El nudo gordiano Editorial: Anagrama, $ 685 Traducción: Carles Andreu

Bernhard Schlink atribuye un destino trágico a las mujeres en su literatura. Trágico y épico: el de Hanna, la revisora de tranvías protagonis­ta de El lector; los de las mujeres que aparecen en las historias de los relatos que conforman el volumen de

Amores en fuga y ahora, el de Olga Rinke, cuyo nombre da título a su última novela. Olga se despliega en tres tiempos, mediante tres voces, y altera la cronología sin traicionar la verosimili­tud. Transcurre entre fines del siglo XIX y mediados del X X, lapso que comprende las dos grandes guerras; el mal; el dilema con que Epicuro reta a Dios. En Schlink siempre nos encontramo­s invariable­mente ante amores contrariad­os, unos interrumpi­dos por la guerra, otros por hombres que no pueden correspond­erlos. En el caso de Olga, su enamorado Herbert es víctima de la desmesura de sus aspiracion­es. Con similar ímpetu al de otros (Robert Peary, Frederick Cook), tras haberse alistado en el ejército, combatido en Africa contra los herero, integrante­s de la etnia bantú, se propone atravesar el círculo polar ártico, empresa que tornará intermiten­te y luego imposible la relación con Olga. Ella, ferviente socialdemó­crata, acérrima enemiga de Bismarck, nada quiere saber de las luchas que los alemanes llevan adelante en el sudoeste de Africa y rehúye escuchar las hazañas de las que se jacta Herbert. Este, hijo de una familia aristocrát­ica, a pesar del rechazo familiar, defiende su relación. Sus padres y su hermana Viktoria ven en ese vínculo de Herbert con una joven cuya mayor aspiración es ser maestra y ocupar una plaza pueblerina, un deshonor. En uno de los pasajes de la novela, Olga alude en una carta dirigida a Herbert a una vieja costumbre alemana que se designa Bleigiesse­n: en la noche de san Silvestre se echa plomo en agua fría, para luego presagiar el porvenir dibujado en la azarosa forma en que el metal se transformó.

Con esta sutil alusión datada en el año nuevo de 1914, Schlink no solo prefigura el advenimien­to de la Primera Guerra transmutan­do el progreso lineal del relato, sino que además modifica el pasado ficcional del mismo. El curioso tapiz que construye Schlink esconde en su envés hilos que permiten atisbar un dibujo que no aparece evidente en un principio y que delata, sospecho, otros propósitos. El riesgo sería aquí decir algo sobre las conviccion­es del escritor Schlink, pero estas se filtran, sin necesidad de exégesis o sofisticad­as interpreta­ciones –tal vez un riesgo mayor es omitirlas– y, en lo que a mí respecta, la exaltación de la ideología de Olga, su adhesión a la socialdemo­cracia que haría de su pasión por Herbert una controvers­ia, empuja al escritor a distanciar­la de la analfabeta Hanna de El lector, pero a quien paradójica­mente equipara en su integridad. Olga Rinke “cree” en la igualdad de oportunida­des, en la barbarie de los grandes imperios sobre las colonias en los siglos XVIII y XIX, en lo que hoy conocemos como equiparaci­ón de derechos, y para esto basta leer una frase en la que menciona que en la Universida­d de Prusia pueden estudiar incluso las mujeres.

Es una novela cuya primera parte comienza entre fines del siglo antepasado y continúa en el pasado;

Schlink no solo prefigura el advenimien­to de la Primera Guerra transmutan­do el progreso lineal del relato, sino que además modifica su pasado ficcional

su segunda parte salta a los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, y la tercera y última parte desata cabos que quedaron anudados antes, revelacion­es (la verdadera filiación del pequeño Eik; la admiración hacia Olga de parte de Ferdinand: tarea para los lectores), y lo hace con un atado de cartas de Olga dirigidas a Herbert antes y durante la masacre que implicó la Primera Guerra, la “gran guerra”; más aún, cartas que Herbert nunca recibirá. “Te echo de menos siempre que hago algo que en su día hicimos juntos y que ahora tengo que hacer sola”. Basta esta frase.

Olga confirma a Schlink como uno de los grandes narradores contemporá­neos.

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CEDOC PERFIL SCHLINK. Alemán, nacido en 1944, es además profesor de Historia del Derecho en la Universida­d Humboldt de Berlín.

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