Lazos íntimos
Dividido en tres partes, el nuevo libro de Luciana Ravazzani (Buenos Aires, 1981) retoma tres motivos que caracterizan su obra: la experiencia poética como brújula, el universo del amor carnal y la muerte de su madre. De algún modo, los tres se vinculan a lo largo del libro. El pensamiento de la poesía, que solo cree en el equívoco, tiene una matriz: “Un poeta aventuró que se comienza por la madre/ porque es lo primero que vemos por dentro”. Incluso los enamorados, cuando saben que están en peligro, recurren a las figuras literarias: “Intenté pensarte así/ a ver si el verso te rescataba”. Y de la mano del duelo, junto a la tristeza, nacen enseñanzas: “Aprendía velozmente y dolía enseguida también”. El lugar seguro al que hace referencia el título del libro se apoya en la continuidad.
La intemperie, en la poesía de Ravazzani, está habitada por dos fuerzas. Por un lado, una melancolía precoz que actúa como escudo y aliada: “Me dijo que iba a soportarla mejor/ cuando llegara a la adultez y tuvo razón”. Si sus poemas pudieran ser concebidos como territorios, la melancolía sería apenas el suelo de la escritura. Por otro lado, la autora construye una voz poética similar a la de una heroína con atributos novelescos. Ella puede ser romántica y paradójica, escéptica y ávida. En las escenas que protagoniza, conviven lo sublime y lo doméstico: “El amor fue tan sabido que tuvo/ una vela porque sí o porque no,/ una noche de terraza, un banquito sosteniendo la cena”. Y, como corresponde en una historia donde son centrales los lazos íntimos (con las palabras, con los cuerpos, con la memoria), junto a otro se asume el carácter incierto del destino: “Iba a ser algo que comenzaríamos a saber”.