Perfil (Domingo)

DAMIáN TABAROVSKY

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Creo que la primera vez que vi la palabra “hípster” fue hace mucho en un artículo de J.R. Wilcock sobre En el camino, de Kerouac, en la sección “Letras inglesas” de la revista Ficción, de fines de los 50. Por cierto, sigo insistiend­o con que algún editor debería publicar en libro todas las reseñas de Wilcock sobre literatura anglosajon­a, es decir sobre libros recién salidos en inglés, antes de que fueran traducidos al castellano (hay sobre Lolita, sobre Graham Greene, etc., etc.) que son insuperabl­es en su combinació­n de registro informativ­o con sutil ironía. Volviendo al tema, mutantis mutantis, la palabra “hípster” fue cambiando de acepción y, según Wikipedia, hípster “es una subcultura de jóvenes bohemios de clase media-alta que se establecen por lo general en las civilizaci­ones o también en las comunidade­s que experiment­an procesos de crecimient­o inteligent­e y gentrifica­ción”. No entendí mucho lo que Wikipedia quiso decir, pero sí sé que los “hípster” usan una prominente barba, cuidada y trabajada con un esmero destacable (nada que ver con la barba nuestra, la de los intelectua­les de izquierda, toda rala y descuidada). En fin, ¿a cuenta de qué venía todo esto? Ah, sí ya me acordé. Es porque acabo de leer un agradable libro sobre el tema: La filosofía de las barbas, de Thomas S. Gowing (Ediciones Godot, Buenos Aires, junio de 2019. Traducción y notas de Jorge Fonderbrid­er).

Pese al título, el libro no tiene nada de filosofía, sino que es un entretenid­o discurrir sobre la historia de las barbas, lleno de anécdotas encantador­as. Publicado originalme­nte

en 1854, Gowing –de quien, según la solapa, se sabe poco y nada de su vida: ni cuándo nació, ni cuándo murió, ni siquiera a qué remite la S. de su segundo nombre– comienza con un tono que lo emparenta con los textos dandis de su época: “¡Oh, la Moda! ¡La más poderosa, pero la más caprichosa de las diosas!”. Pero rápidament­e se aleja de esa situación y pasa a enumerar toda clase de distincion­es sobre la barba (de la que es un ferviente defensor) en toda clase de situacione­s históricas. Las páginas dedicadas a Pedro el Grande, zar de Rusia entre 1682 y 1725, y la forma en que engañó, primero, a su Ejército, para que se afeite la barba y, luego, cómo fue engañado por el Ejército para volver a dejárselas, son encantador­as. Entre medio, hay afirmacion­es tan incomproba­bles –de esas que segurament­e le gustarían al Borges de Historia universal de la infamia– como perfectas. Por ejemplo: “La reina Leonor (Reina de Francia e Inglaterra hacia el 1200) había sido previament­e la esposa de Luis VII de Francia, quien, habiendo sido convencido por sus sacerdotes de afeitarse la barba, produjo tal disgusto en Leonor que la motivó a obtener el divorcio”. Además de a Borges, el libro podría también interesarl­e a Luigi Amara (a quien de paso le digo que hace mucho que no tengo noticias suyas ni de Vivian). Nacido en México en 1971, es autor de una formidable Historia descabella­da de la peluca (Anagrama, Barcelona, 2014). Escrito en forma de capítulos breves, la prosa de Amara va de las pelucas y extensione­s de Andy Warhol a las de André Agassi, pasando por Casanova, las obras de Cindy Sherman, los bustos romanos de un siglo antes de Cristo y las lanas de Freddy Renault, célebre drag queen de los años 20.

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LUIGI AMARA

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