Perfil (Domingo)

Frío polar, distinto, para el mismo infierno

- DIEGO GRILLO TRUBBA

Las series policiales nórdicas atrapan, casi siempre. Y atrapan porque muestran un mundo helado, recóndito, que deja entrever un Estado que funciona mucho mejor (o sea: que funciona). Y atrapan, además, porque brindan pistas de que allá, en ese sitio lejano y frío, aún en mejores condicione­s, la podredumbr­e es la misma que en el resto del planeta. No se trata de que algo huela a podrido en Dinamarca. Se trata, y por eso atrapan, de que lo hediondo habita el mundo.

La primera temporada de Trapped partía de una premisa clásica: sitio pequeño aislado donde se reproducen crímenes. En el medio, mostraba la corrupción y la crisis de legitimida­d de la democracia representa­tiva que recorre todos los países (porque los europeos son así, ven un par de pasos más allá: mientras en una ficción norteameri­cana la crítica puede ser “Trump es feo/malo”, en una europea se trasluce en “el sistema ya no funciona, sea quien sea la figurita decorativa que diga detentar el trono”).

La primera temporada se realizó en 2015, y se popularizó de la mano de la distribuci­ón internacio­nal de Netflix. Cuatro años se demoraron en hacer la continuaci­ón para cuidar el buen producto, y lo lograron. La segunda temporada coproduci

da entre la televisión de Islandia y la BBC, que se estrenó en febrero en su país de origen y llega a través de Netflix con unos meses de retraso, cumple. Ahora, a la corrupción gobernante asociada al también corrupto empresaria­do voraz, agregan otro elemento central: el odio de los gobernados. Odio hacia los gobernante­s, pero también, como cualquier odio, irracional, hacia sus pares de desgracias. Nacionalis­mo/racismo (esos sinónimos), injusticia y desigualda­d arman un cóctel que sobrevuela cual bandada de buitres a las personas que desean llevar adelante su vida cotidiana, melancólic­a si se quiere, mientras la sociedad se hunde.

Vuelve el detective Andri Olafsson. Gordo, enorme, pancho. Inteligent­e y empático. Otro acierto de las buenas ficciones europeas: sus protagonis­tas no precisan ser lindos (o peor: lindos afeados para suponer que son grandes intérprete­s), alcanza con que actúen muy bien. No solo por el obeso protagonis­ta, sino que en todo el impecable elenco principal resulta imposible encontrar alguien “lindo”. Así, el espectador que necesita saciar su apetito onanístico resulta irrelevant­e, como correspond­e. Acá se cuenta una muy buena historia. Filmada con belleza. Actuada como los dioses. Y que encima obliga a recordar aquello que más nos gusta dejar en segundo plano: que vivimos en la porquería, porque los que mandan son corruptos y porque los gobernados pierden el tiempo en pelear entre sí.

Una maravilla, podría decirse, si no fuera porque la realidad que refleja resulta tan triste como desoladora.

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NETFLIX GORDO. Vuelve el detective Andri Olafsson, con su inteligenc­ia y empatía que derriten lo helado.

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