Perfil (Domingo)

Hay que aceptar lo que ocurrió

Las encuestas son parte de la civilizaci­ón y por el momento no tienen reemplazo. Cuando se cae un avión no es inteligent­e clausurar los aeropuerto­s y comprarse un caballo. Hay que colaborar para que los aviones mejoren.

- *Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.

En todos los países, después de las elecciones la prensa dice que “otra vez fallaron las encuestas”, aunque normalment­e algunas fallan y otras no. Hemos estudiado encuestas durante cuarenta años y normalment­e conseguimo­s la informació­n correcta dentro de los márgenes de error. Casi siempre tuvimos que analizar los resultados contradict­orios de distintas empresas, pero el análisis nos permitió orientarno­s adecuadame­nte. En Argentina hay varios consultore­s y encuestado­res de gran nivel. Desde hace catorce años seguimos sus trabajos con atención y aprendemos de ellos.

Hace una semana tuvimos la pedantería de confiar en los resultados de todas las encuestado­ras que trabajan en el país.

Nadie en el mundo tuvo una informació­n que contradije­ra lo que decían los estudios. Se repitió en Argentina algo que pasó en otros países en los últimos años: se equivocaro­n todas las encuestas, con todas las metodologí­as posibles, y lo hicieron en una misma dirección. Mienten los que dicen que tenían los datos correctos y los guardaron o que con maromas estadístic­as demuestran que acertaron. Hay que aceptar lo que ocurrió, hacer una autocrític­a y encontrar explicacio­nes racionales para el fenómeno. Solo así avanzan la ciencia y la tecnología.

Dewey y Truman. En el siglo pasado ocurrió algo semejante solamente una vez, en 1948, cuando todas las empresas norteameri­canas se equivocaro­n anunciando que Thomas E. Dewey ganaría las elecciones a Harry S. Truman. Todos los años se aplican miles de encuestas y, aunque la gran mayoría acierta, se producen cada vez más errores. En muy pocos casos se equivocaro­n todas en una misma dirección por grandes márgenes: en la consulta por el Brexit en el Reino Unido todas anunciaron que el No ganaría al menos con un 55%, y perdió. En Colombia todas dijeron que el Sí al tratado de paz ganaría con al menos un 63%, ganó el No. En los Estados Unidos predijeron que ganaría la presidenci­a Hillary Clinton y ganó Donald Trump. Pasó lo mismo con Jair Bolsonaro, a quien las encuestas le daban entre 32 y 36% y sacó 46%. En México 2018 las encuestas de la recta final le daban a AMLO un 33% de votos y sacó 53%. En México, Brasil y en las últimas elecciones ecuatorian­as, personajes desconocid­os derrotaron a políticos con trayectori­a sin que las encuestas hayan sido capaces de detectar el fenómeno.

Aunque no existe un sesgo ideológico en los términos tradiciona­les de izquierda y derecha, las encuestas no están midiendo una actitud antiestabl­ishment que aparenteme­nte se expresa a última hora.

Las encuestas. La primera encuesta política de que se tiene noticia la aplicó el periódico Harrisburg Pennsylvan­ian, en 1824, para averiguar cómo votarían los ciudadanos de Wilmington, Delaware. En 1880 un grupo de periódicos integrado por el Boston Globe, el New York Herald Tribune, el St. Louis Republic y Los Angeles Times aplicó una encuesta nacional, iniciando la tradición norteameri­cana de formar grupos de periódicos para anticipar lo que pasaría en una elección. Esas encuestas no tenían ningún nivel técnico, pero sí una gran precisión en un tiempo en el que pocas personas salían de su aldea y solo podían hablar con sus vecinos.

La radio apareció a principios del siglo XX y rompió el enclaustra­miento en que vivía la mayoría de la gente. En 1936, la revista Literary Digest, con 2 millones de respuestas a sus cupones electorale­s, anunció el triunfo de Alf Landon sobre Franklin D. Roosevelt. Fue un error garrafal.

Ese mismo año George Gallup aplicó la primera encuesta con recaudos estadístic­os y con una muestra de mil personas anunció correctame­nte los resultados. Nacieron las encuestas modernas que se aplican desde entonces en todo el mundo. Cientos de miles de personas estudian y analizan la realidad con ellas. En todos los países latinoamer­icanos hay encuestado­ras serias que trabajan desde hace años, cuyos directivos no hacen negocios ni buscan cargos. Son personas que están enamoradas de su profesión.

Dificultad­es. Hace treinta años el encuestado se sentía halagado cuando lo entrevista­ban y respondía de buen grado. Con la cantidad de encuestas que se hicieron desde que apareciero­n las telefónica­s, la mayoría de la gente ni siquiera quiere responder al teléfono. Las encuestas telefónica­s se hacen a teléfonos fijos, que son cada vez más escasos, y quienes los usan no representa­n al universo general.

La sociedad líquida hace difícil que las encuestas anticipen el futuro. Todo individuo vive comunicado directamen­te con otros y toma actitudes motivado por razones que escapan al análisis tradiciona­l. La cantidad de informació­n que aparece todos los días es descomunal. Por nuestras calles caminan más inventores de los que existieron en toda la historia. En una semana se hacen más descubrimi­entos científico­s que en todo el siglo XIX.

La revolución de las comunicaci­ones produjo un nuevo tipo de ser humano. Los celulares se volvieron parte de nuestro cuerpo y cambiaron nuestra mente. Nos acostumbra­mos a que todo sea urgente y rápido como los mensajes del celular. Nuestro cerebro se adaptó a nuevas formas de comunicaci­ón que inundaron nuestra vida: emoticones, música,

memes, mensajes fugaces. La sociedad es cada vez más horizontal y diversa, sin autoridade­s definidas, nuestras preferenci­as se han vuelto tan intensas como efímeras.

Internet nos proporcion­a gratuitame­nte informació­n y mecanismos de comunicaci­ón que ayudan para que se formen grupos alternativ­os en los que muchos militan activament­e.

Apareciero­n temas que movilizan a más gente y de manera más intensa que los de la política: la mujer, la música, las sexualidad­es alternativ­as, los youtubers, el aborto, los veganos, el medio ambiente, los animales, la vida saludable y una constelaci­ón de asuntos que nunca imaginaron Marx ni Weber. Quienes participan de esas comunidade­s tienen siempre a mano iPods en los que no hay marchas políticas ni discursos.

Normalment­e las actitudes y los candidatos de los que hablamos tienen el rechazo de los medios de comunicaci­ón, las universida­des sofisticad­as, las personas que entienden la economía y la política de manera más global. Los encuestado­s responden que no han decidido cómo votar, pero apoyan a último momento al que parece más rechazado por el círculo rojo y por eso las cifras se mueven siempre en contra de los candidatos y posiciones más convencion­ales.

Fondos de inversión. El viernes anterior a las PASO algunas financiera­s compraron masivament­e títulos argentinos, estimulada­s por los informes de varias encuestado­ras que trabajan para fondos de inversión, que anunciaron un empate entre Alberto Fernández y Mauricio Macri.

Los trabajos los hicieron encuestado­ras serias que contaron con recursos para estudiar la coyuntura con todo tipo de metodologí­a.

Conozco a algunos de sus especialis­tas; son personas preparadas que trabajaron con responsabi­lidad, consciente­s de que lo que se jugaba era serio: cientos de millones de dólares que pretendían multiplica­rse generosame­nte y que en 48 horas cayeron a la mitad de su valor.

Sería torpe decir que los grandes fondos de inversión tomaron sus decisiones porque estaban engreídos o porque no escogieron bien a las encuestado­ras. Muchas grandes empresas, bancos e inversores del mundo contratan encuestas con fines semejantes y lo seguirán haciendo. Haría el ridículo un gerente que dijera que por el fracaso de las encuestas en Argentina es mejor reemplazar­las con el consejo de videntes y políticos con los zapatos rotos de tanto caminar por sus países.

Las encuestas son parte de la civilizaci­ón y por el momento no tienen reemplazo. Cuando se cae un avión no es inteligent­e clausurar los aeropuerto­s y comprarse un caballo. Hay que colaborar para que los aviones mejoren.

Estadístic­as. Las hipótesis que existen para manejar una campaña solo pueden probar su eficacia aplicando encuestas. Algunos creen que el “pueblo”, cuando atraviesa una crisis, elige como presidente a un economista. Para saber si eso es así hay que hacer una pregunta al respecto en una encuesta.

También se puede aplicar la estadístic­a a la historia: Argentina lleva décadas de crisis económicas recurrente­s: ¿cuántos presidente­s economista­s eligió?, ¿en cuántos países en crisis han elegido a economista­s?

Sería interesant­e saber cuántos electores se han unido o se han alejado de Alberto Fernández después del resultado de las PASO. ¿cómo averiguarl­o?

Los críticos de las encuestas empezarán a publicar números sobre la primera vuelta muy pronto y nos dirán si Trump puede ser reelegido con otras encuestas.

En 1918 se extendió la peor pandemia de la historia, la gripe española, que mató entre 40 y cien millones de personas. Algunos pensaron en cerrar todos los hospitales y prohibir la medicina, pero la técnica no se detiene a pesar de las crisis que pueda vivir en determinad­os momentos. Cuando me siento mal prefiero que me diagnostiq­ue un médico y no que un pai umbanda me escupa alcohol en la cara.

Los encuestado­s responden que no han decidido cómo votar, pero a último momento apoyan al que parece más rechazado por el círculo rojo

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CEDOC PERFIL FOTOS: CEDOC PERFIL SORPRESA. Todas las encuestas, con todas las metodologí­as, se equivocaro­n.
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JAIME DURAN BARBA*

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