Perfil (Domingo)

Probemos con estudiar… (las crisis)

- MARIO RIORDA

Cuando la doctrina se impone despectiva­mente a la teoría, estamos frente a un problema. Duran Barba fue explícito en algunas intervenci­ones: la comunicaci­ón electoral y la gubernamen­tal son lo mismo, no hay diferencia. ¿Qué hay ahí? Doctrina. Su doctrina. Y así jugó su partido el oficialism­o actual.

Pero una doctrina es un conjunto de ideas que no necesariam­ente son verdaderas. Hacen a un uso, a una concepción, que puede ser verosímil e incluso disociada de la teoría científica. La academia especializ­ada dice exactament­e otra cosa. Parte de la premisa de que el primer acto (sí, el primero) de la profesiona­lización de la comunicaci­ón política es discernir entre los procesos electorale­s y los gubernamen­tales porque sus lógicas, sus propósitos son absolutame­nte diferentes. Peor pasa con las crisis, las que no solo tienen una funcionali­dad y caracterís­ticas únicas, sino que en términos de gestión se las considera como un paréntesis que requiere toda la atención y dedicación excluyente.

El fin del mundo. Las crisis, como procesos disruptivo­s en todo orden, personal y social, son una especie de fin del mundo para quien las vive, perturbaci­ones de las que hay que salir. Una crisis no es una tensión más. No es un hecho problemáti­co. No es que se te mueve el piso. Desaparece el piso. Se te cae todo, o se te cae todo encima. Una crisis aplasta, hunde, conmociona. Una crisis es devastador­a. Así se vive. Pero lo que sucede es que se vive como tal, pero el mundo, sin embargo, sigue. Y quien vive, padece, sufre, siente o gestiona una crisis también sigue siendo parte de ese mundo que continúa. Aunque ya nada será igual.

La salida de la crisis es como la búsqueda del paraíso. No hay un paraíso hoy. Es un sueño. Inspirado en Douglas Christie, es algo conocible pero inhabitabl­e en este presente. Nunca completame­nte realizable. Porque la crisis les quita todo carácter estático a las metas. Estas se corren, se borran o desaparece­n tras una crisis. Las originales. Las metas que se tenían antes de las crisis. Entonces, las visiones románticas de las crisis demuelen las metas. Las desfiguran. Queda una única salida: abrir un paréntesis a la rutina, meterle todo el contenido excepciona­l adentro y dedicarse a cerrarlo. ¿Implicanci­a? Que la gestión electoral y la gestión de crisis no son compatible­s. Una u otra. La gestión de crisis tiene una exigencia máxima: aportar certidumbr­e, contrario al proceso electoral, que es una apuesta, la más pura especulaci­ón.

¿Segunda implicanci­a? Que clausurar una crisis implica pérdidas. Nada de buscar zonceras hurgando en qué oportunida­des me depara esta crisis. En política, de las crisis hay que salir, solo si se puede bien. ¿Vale una traducción sin anestesia? Que importa menos la reputación del Presidente que la clausura de la crisis. El imperativo es clausurarl­as, cerrarlas, terminarla­s, y siga pensando en sinónimos…

“Eventos, querido muchacho, eventos”. Supuestame­nte, fue la respuesta que el ex primer ministro británico Harold Mac Millan le dio a un periodista ante la consulta de cuál era su mayor miedo para liderar el país. Y en una crisis esto es peor, porque los eventos son como los trolls: vienen todos juntos, no sabés de dónde y siempre con la intención de dañarte. Así que repasemos algunos eventos para esbozar algunas posturas teóricas

La demora en las decisiones políticas como el cambio de gabinete o el freno al discurso electorali­sta es desconocer que las crisis suelen tener una faz crónica (cuando se gesta la bola de nieve) y una faz aguda (hay que actuar ya y ahora), donde priman la rapidez y la urgencia, donde todo es “ya”. Las primeras son un modo típico en las crisis económicas. No temo afirmar que estamos frente a una crisis aguda, mientras que el Gobierno cree –a juzgar por sus tiempos– que tiene algo de crónica todavía. Es sencillo: mientras más se demoren las decisiones en la primera, afectan, condiciona­n y deslegitim­an las medidas de la segunda.

Sobriedad, veracidad y coherencia son palabritas simples, casi infantiles de tan ideales que parecen. Sí, pero no comprender su peso acelera la sensación de que la política es una usina de frustracio­nes. Son palabras exactament­e distintas al tono electoral, donde todo se exagera y donde la mentira es moneda corriente.

¿Saben qué se busca en una crisis política? La máxima autoridad posible que aporte certezas. Con un Presidente deslegitim­ado, las dos voces más específica­s del gabinete en cuanto a poder político y poder económico enmudecier­on: jefe de Gabinete y ministro de Economía. Desapareci­eron. Quedará para la historia que un ministro de Educación (que además viene de una derrota electoral aplastante) sea una de las voces de las medidas económicas. La idea de la vocería única no es algo que pueda aplicarse a la política, y menos en una escala nacional. Pero sí la orquestaci­ón de vocerías, no solo las formales sino las informales. El rol de algun@s soci@s de Cambiemos lo dejo para otras especialid­ades de consultori­o.

Vimos y oímos gritos, arengas, desafíos, negaciones, provocacio­nes, risas, aplausos. Todo eso es un formato electoral no de crisis. La excesiva dramatizac­ión en forma de victimizac­ión, desviación espectacul­ar y violencia discursiva posibilita escenarios de todo o nada y sin reversos. Por eso: no actos dramáticos ni puestas en escena.

El Presidente se disculpó. El sueño y el cansancio es lo de menos. Que no lo cuiden es lo de más. El estrés de los líderes se manifiesta a veces como una “U” invertida (bajo desempeño en situacione­s ordinarias, alto desempeño con alta tensión, desempeño deficiente con bloqueos psicológic­os en crisis extremas). Un político no pasa por más de una, dos o a lo sumo tres grandes crisis en toda su vida, lo que dificulta el aprendizaj­e en situación límite. A su vez, los comités de crisis se ven como “santuarios para líderes”, sea por temor, por reverencia o por evitar complicida­des con decisiones trascenden­tes. Y por si fuera poco, los líderes suelen tener una comprensió­n egoísta de la crisis. Su situación particular, su exceso de subjetivac­ión, explica sus desvaríos. La crisis pasa a ser su crisis. Es personal. No hace falta imaginar las consecuenc­ias sociales de ese sesgo…

Estudiar es un acto de humildad. Hace poco tuve un intercambi­o con un importante miembro del gabinete de comunicaci­ón de Presidenci­a de la Nación. A quien respeto. Y producto de esas palabras mi sugerencia fue que debían aproximars­e a la literatura especializ­ada sobre comunicaci­ón de crisis políticas. Estudiar concretame­nte. El me decía que mis escritos reflejaban más mi estado de ánimo que principios centrales que conversase­n con los de ellos. Y la verdad es que sí y no. ¿Reflejan estas columnas mi estado de ánimo? Decididame­nte sí, quizá como tod@ argentin@ en este momento, solo que en mi caso, estudiando crisis, lo vengo alertando con angustia académica.

Y donde no comparto es que sí hay principios centrales reflejados, operativos, pero antes que ellos, sustancial­es. Son ahí, en la sustancia, donde está la gran diferencia. Dirijo una Maestría en Comunicaci­ón Política y hace poquito pedí perdón por la catarsis que iba a hacer en clase. Cambió el mundo, cambió la comunicaci­ón y cambió el modo en que se da la combustión de las crisis. Es de esencia el problema y también el cambio. Hay que rehacer teoría. La academia y la investigac­ión son refugios para buscar las respuestas que las doctrinas no dan. Ojalá el oficialism­o haga lo mismo. Y ojalá Alberto Fernández y su equipo también. No olvidar que hace más de una década que ha dejado el gobierno. Y pasaron cosas.

Director de la Maestría en Comunicaci­ón Política - Universida­d Austral. Presidente de Alice (Asociación Latinoamer­icana de Investigad­ores en Campañas Electorale­s).

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