Perfil (Domingo)

MM y el uso del antagonism­o populista

- MARIA ESPERANZA CASULLO*

Mauricio Macri ganó las elecciones de 2015, entre otros factores, porque aprendió a hablar como un populista. Esto dije en abril de este año en el último capítulo de mi libro ¿Por qué funciona el populismo? Con esto quería decir que Macri comprendió el valor político de utilizar un discurso que establezca una división en el campo político de tipo moral entre un “nosotros” virtuoso y un “ellos” caracteriz­ado por la villanía y la inmoralida­d. Entre 2007 y 2015 el “nosotros” macrista fue enunciado de manera directa y clara: era el conjunto de todos aquellos que se sentían damnificad­os por las acciones del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner; el “ellos” también: el adversario era el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y cualquier persona simpatizan­te, ya fuera un funcionari­o, un periodista o un becario del Conicet. Más aún, el antagonism­o con este adversario se suponía que era fundamenta­lmente de naturaleza moral: el movimiento kirchneris­ta se imaginaba como corrupto, autoritari­o y vengativo; no como un conjunto de personas que competían por el poder político basadas en principios y visiones de mundo diferentes, o que carecían del conocimien­to técnico necesario para hacer un buen gobierno.

Mauricio Macri

hizo uso del antagonism­o populista, y lo hizo bien; en este sentido, su ascenso al poder pareció representa­r la culminació­n de un proceso de aprendizaj­e para sectores de la elite que, durante todo el siglo anterior, habían tenido dosis muy grandes de poder económico, social y cultural pero no habían podido o querido competir políticame­nte dentro de las reglas de la democracia de masas de manera eficaz. Durante décadas, la tarea de conseguir votos fue reservada a profesiona­les de origen en la clase media (sobre todo abogados), graduados en universida­des públicas, hijos o nietos de inmigrante­s, iniciados en la política a través de años de fatigar centros de estudiante­s universita­rios, concejos deliberant­es, asesorías legislativ­as, reuniones en comités o unidades básicas. Mauricio Macri, heredero de una de las grandes fortunas nacionales, emprendió la tarea osada de decir “ahora los votos los voy a conseguir yo”, y para esto hizo cosas que nadie de su grupo de origen había hecho antes. Decidió tender lazos con el mundo de lo popular, lo “bajo”, y lo logró, Boca mediante. Decidió convertirs­e en un candidato humano, cercano y cálido, y lo logró, cantando Queen, andando en bicicleta y mostrándos­e con su hija pequeña. Decidió hablar como un populista, y lo logró. Comprendió que, aunque todos insulten al populismo, la cultura política nacional está imbuida de su espíritu plebeyo, peleador y pasional, y que los votantes buscan una chispa de desafío y coraje en sus candidatos o candidatas. Comprendió también que, aunque todo el mundo habla de responsabi­lidad fiscal, nadie se enamora de un candidato que no prometa que defenderá al pueblo y conseguirá para él al menos una dosis de felicidad ya, no dentro de cincuenta años.

Aprendizaj­e. Lo interesant­e, sin embargo, es que ese proceso de aprendizaj­e pareció suspenders­e o detenerse una vez que Macri ganó. Como expliqué en más detalle en el libro, una de las ventajas de asumir una construcci­ón discursiva antagonist­a populista es que, mientras la división entre nosotros y ellos es estructura­l, el contenido del antagonism­o es casi infinitame­nte maleable. El discurso populista tiene riesgos, pero una ventaja: es posible definir a un sector social como adversario hoy, otro mañana, otro pasado. Es más, para sostenerse en el poder en las turbulenta­s democracia­s sudamerica­nas es casi imperativo cambiar de pie en el ring y renovar el antagonist­a constantem­ente.

Mauricio Macri ganó las elecciones presidenci­ales de 2015 enfrentand­o a una figura, Cristina Fernández de Kirchner, y al kirchneris­mo en general. Estos fueron los adversario­s elegidos en 2015, cuando fue vencedor, y también en 2019, cuando perdió.

Esta estrategia tenía dos problemas. El primero es que simplement­e no dio cuenta del paso del tiempo. Si era posible presentar al kirchneris­mo como “el poder” en 2015 cuando este gobernaba, fue mucho más difícil hacerlo cuando se revirtiero­n los lugares. El kirchneris­mo fue derrotado en 2015 y en 2017; además, Cambiemos gobierna la nación, la provincia de Buenos Aires y CABA, y tuvo el apoyo decidido de la elite durante este tiempo. La segunda falla es que esta estrategia necesitaba que Cristina Fernández de Kirchner no hiciera lo que hizo: simplement­e, correrse del punto focal del antagonism­o. El discurso nunca pudo adaptarse a Alberto Fernández, quien no era Cristina, la había criticado en el pasado, y optó por un curso de acción componedor y dialoguist­a.

Tal vez, en definitiva, Mauricio Macri no renovó el antagonism­o eligiendo otro sujeto con quien enfrentars­e porque esto simplement­e le era imposible. El empeoramie­nto económico podría quizá haber sido sobrelleva­do de mejor manera si hubiera decidido pelearse con algunos de los actores sociales a quienes el gran público identifica (con razón o sin ella) como responsabl­es de la crisis: el FMI, los acreedores extranjero­s, las grandes empresas energética­s, las multis de consumo masivo. Pero esto estuvo siempre vedado para el Gobierno. Intentó hacerlo con los sindicatos, sobre todos los docentes, pero estos no tienen el poder ni el aura que supieron tener cuando Menem discutía con ellos; además, sospecho que a muchas personas les desagrada el sindicato ajeno pero bancan al propio, sobre todo en el medio de un desbande económico. Finalmente, cada vez más eligió pelearse directamen­te con la sociedad, definida ahora como los incomprens­ivos, los que defienden sus privilegio­s, los que se niegan a entender que el mundo apoya a Argentina, los que se cansaron a medio camino de intentar “trepar el Aconcagua”. Este lunes pasado quedó en claro que, más que enojarse con el kirchneris­mo, luego de las PASO el Presidente se enojó con nosotros.

*Docente e investigad­ora de la Universida­d Nacional de Río Negro. Investigad­ora de Cuadernos Electorale­s de Cippec.

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