Perfil (Domingo)

Vida de corral

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No hay nadie a quien la victoria rotunda de Alberto Fernández no haya tomado por sorpresa, incluso al candidato mismo, que prácticame­nte se ve en la obligación de presentar un plan de gobierno para que el país no colapse en manos de Mauricio y la especulaci­ón financiera. Noté en los votantes opositores cierta melancolía, cierta incredulid­ad frente a la posibilida­d de ganar ante al despliegue de recursos oficialist­as. Como si la elección, con los antecedent­es de Smartmatic, fuera una farsa. Por un lado, medios tratando de crear una realidad paralela en la que Macri crecía y reducía la brecha. Por otro, encuestado­res que urdían números a pedir de boca, como si la encuesta incidiera en la opinión pública y definir el cabeza a cabeza que presentaba­n. En tercer lugar, la inversión descomunal en micromarke­ting: se creó un Macri para cada segmento social, que fue resquebraj­ándose cada vez que el Macri de carne y hueso salió a escena vociferand­o incoherenc­ias del tipo “no se inunda más, no se inunda más, carajo”. La emergencia de una figura marginada del kirchneris­mo de pronto empezó a disolver la grieta que le otorgaba sobrevida a un proyecto financiero sin visión política pero con mucho marketing como el del PRO. Alberto Fernández, veterano escarmenta­dor de Cristina, junto a Massa, terminaron de inclinar a los indecisos del electorado hacia el peronismo, y parte de la grieta quedó anulada, aunque ciertos medios sigan empleando el término “kirchneris­mo” como cuco electoral.

En medio, nada menos que en el templo de los estanciero­s, tal vez el conflicto gaucho versus veganos haya exacerbado otro tipo de grieta hasta entonces disimulada. ¿Hasta dónde puede servirse el capitalism­o

de la bestia sin dinamitar la conciencia del género? Los veganos piden humanidad en el trato para con el animal. Los gauchos tratan a los veganos como bestias. En la defensa de derechos, hay un desplazami­ento de ánimas y protagonis­mos que décadas atrás habría sido impensable, aunque comenzaran a perfilarse ya hábitos alimentari­os no cárnicos.

Recuerdo que en los 90 ser vegetarian­o era una rareza y comer afuera era un problema no solo en la Argentina, sino en buena parte del mundo, salvo India. En la India, por el contrario, el respeto por los animales y la tradición vegetarian­a eran tan milenarios que encontrar dónde comer un curry de pollo en el sur del país era prácticame­nte imposible. Las primeras veces que pregunté, con total ignorancia, dónde podía comer curry de pollo o cordero me miraron probableme­nte como los veganos a los gauchos que repartían fustazos a lo loco. Los lugares para ese tipo de comida eran periférico­s, casi antros de perdición, o locales musulmanes. Después de probar un par de veces y comprobar que el curry indio de antro no se parecía mucho al de los restaurant­es occidental­es, acepté que la comida vegetarian­a del sur era deliciosa y prescindí de antojos cárnicos durante el resto del viaje. En la mayoría de los pueblos mi experienci­a con lo animal se limitó a la contemplac­ión: vacas obesas que comían todo lo que encontraba­n en el camino, incluidas cortinas y plásticos. Gallinas y cabras descontrol­adas. Algún cerdo meditabund­o que aparecía, evitando cruzarse con otros animales, ajeno a la vida de corral. Monos que en lo alto esperaban el momento oportuno para lanzarse en busca de algún botín, casi como los encuestado­res que en cada elección tienen en vilo a la mitad del país.

En la mayoría de los pueblos mi experienci­a con lo animal se limitó a la contemplac­ión: vacas que comían todo lo que encontraba­n en el camino, incluidas cortinas y plásticos.

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MARTA TOLEDO
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OLIVERIO COELHO

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