La vida como un viaje sin Final NI DESTINO PREFIJADO
Los dos más recientes programas del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, que dirige Andrea Chinetti, renuevan exitosamente el repertorio de la compañía, brindando oportunidades de desarrollo a creadores argentinos. En mayo, se habían estrenado El carbonero y Mírame, estoy dejando de ser yo. En la primera obra, Leonardo Cuello explotó en los intérpretes musicalidad y una exquisita resignificación del código del tango; en la segunda, Andrea Servera, con participación de Bife, dúo musical de Ivanna Colonna Olsen y Diego Javier Fantin, logró de los bailarines, entrenados en la rigurosidad de técnicas y secuencias de ballet, frescura, libertad y sensibilidad.
Ahora, finalizando hoy en cartel, se ve El porvenir. Cuentos coreográficos, donde Eleonora Comelli se luce componiendo. Los pasos o secuencias son menos relevantes –y hasta por momentos, repetitivos– que la articulación de las áreas que integran la totalidad, a su vez dividida en tres partes. La actriz invitada María Merlino sostiene un discurso poético que no pretende ser relato, sino una asociación de imágenes; es el hilo que articula las tres grandes escenas: “El presagio”, “La elegida” y “La probabilidad”. La presencia
intensa y enigmática de esta mujer se ve replicada en otros cuerpos femeninos, integrantes del Ballet, que interactúan con todos los bailarines, en grupo, en tríos, cuartetos y dúos. La música, generada en vivo por el compositor y cantante Zypce, es un collage de canciones ochentosas como Voyage, voyage, el tango Pasional, el bolero La guinda y sonidos extraídos de objetos de diversos materiales y procesados en tiempo real.
Objetos escénicos, solidariamente articulados con proyecciones de imágenes y con la iluminación, son fundamentales para la configuración de los tres momentos/ espacios: la cubierta de un barco, el camarote de un tren, la trompa de un auto. Tres medios de transporte que articulan un posible viaje: la vida. Homo viator, dice el tópico. Aquí, circula a través del agua, del viento que se adivina entrando por la ventanilla del tren, de la tierra que levanta el auto; circula a través del sueño que la protagonista experimenta, del amor enfermamente celoso que sufre, de la muerte que ensaya, cuando es atropellada infinidad de veces, en una reiteración que acaso pretenda ¿prever?, ¿intervenir? el destino. Entre tanto, el porvenir es eso que pasa todo el tiempo; lo por venir es lo que está viniendo, lo que está sucediendo. Es gerundio. Por eso, la danza, el movimiento constante.