Perfil (Domingo)

Crisis en América Latina

- *Autora de Futuro presente (SXXI Editores, fragmento). Compilado por Graciela Speranza.

Hasta hace pocos años se considerab­a que América Latina iba a contramano del proceso global marcado por el aumento de las desigualda­des sociales. Sin embargo, hacia el final del llamado superciclo de los commoditie­s, los indicadore­s sociales y económicos muestran un panorama preocupant­e, luego de más de diez años de crecimient­o y de ampliación del consumo. Los gobiernos latinoamer­icanos –sobre todo los progresist­as– aumentaron el gasto público social, lograron disminuir la pobreza a través de políticas sociales y mejoraron la situación de los sectores con menores ingresos, a partir de una política de aumento salarial y del consumo; sin embargo, no redujeron la desigualda­d.

Al no tocar los intereses de los sectores más poderosos, al no realizar reformas tributaria­s progresiva­s, las desigualda­des persistier­on, al compás de la concentrac­ión económica y del acaparamie­nto de tierras.

Así, desde una mirada de más largo plazo, la expansión del neoextract­ivismo se tradujo en una serie de desventaja­s, que echaron por tierra la tesis de las ventajas comparativ­as que durante el tiempo de las vacas gordas del Consenso de los Commoditie­s algunos supieron defender. Por un lado, no condujo a un salto de la matriz productiva, sino a una mayor reprimariz­ación de las economías, lo cual se vio agravado por el ingreso de China, que de modo acelerado se fue imponiendo como socio desigual en la región. Al mismo tiempo, la creciente baja del precio de las materias primas generó un déficit de la balanza comercial que impulsó a los gobiernos a contraer mayor endeudamie­nto y a multiplica­r los proyectos extractivo­s, entrando de este modo en una espiral perversa.

Por otro lado, el vínculo entre neoextract­ivismo, acaparamie­nto de tierras y desigualda­d se ha tornado dramático. América Latina no solo es la región más desigual del planeta, sino también aquella con la peor distribuci­ón de tierras a nivel global. El neoextract­ivismo produjo profundos impactos en el ámbito rural con los monocultiv­os, lo cual terminó por redefinir la disputa por la tierra en contra de las poblacione­s pobres y vulnerable­s. La expansión de la frontera agrícola se hizo en favor de los grandes actores económicos, interesado­s en implementa­r cultivos transgénic­os ligados a la soja, el aceite de palma y la caña de azúcar, entre otros.

Por último, más allá de las diferencia­s internas, los modelos de desarrollo imperantes presentan una lógica común: gran escala, ocupación intensiva del territorio, amplificac­ión de impactos ambientale­s y sociosanit­arios, preeminenc­ia de grandes actores corporativ­os, democracia de baja intensidad y violación de derechos humanos. En este sentido, América Latina ostenta otro triste ranking, pues es la región del mundo donde se asesina la mayor cantidad de defensores de derechos

Las desigualda­des persistier­on al compás de la concentrac­ión económica y el acaparamie­nto de tierras

humanos y activistas ambientale­s.

Esta realidad fue erigiendo nuevas barreras entre las diferentes narrativas contestata­rias que recorren el continente, muy especialme­nte entre, por un lado, los progresism­os populistas y desarrolli­stas, con su vocación estatalist­a y su tendencia a la concentrac­ión y personaliz­ación del poder, y por otro, la gramática política radical, elaborada desde el campo indígena y los movimiento­s sociales. El pasaje del Consenso de Washington al Consenso de los Commoditie­s instaló problemáti­cas y paradojas que reconfigur­aron incluso el carácter antagonist­a de los movimiento­s sociales y el horizonte del pensamient­o crítico latinoamer­icano, enfrentánd­onos a desgarrami­entos teóricos y políticos, que se cristaliza­ron en un haz de posiciones ideológica­s difíciles de procesar y resolver. A esto hay que agregar que la actual fase de exacerbaci­ón de la dinámica extractiva potencia la crisis en sus diferentes dimensione­s. En contraste con épocas anteriores, cuando lo ambiental era un aspecto más de las luchas, nuestros tiempos del Antropocen­o dan cuenta de la necesidad de una óptica integral y posdualist­a.

Pensar las vías del Antropocen­o desde América Latina nos lleva a indagar en aquellas experienci­as colectivas que se nutren de valores éticos y relacional­es. Desde el punto de vista de las alternativ­as, existen una perspectiv­a ecoterrito­rial, de corte propositiv­o, enfocada en la agroecolog­ía; una perspectiv­a indigenist­a, de corte comunitari­o, enfocada en la descoloniz­ación y el buen vivir; una perspectiv­a ecofeminis­ta, enfocada en la ética del cuidado y la despatriar­calización. Dichos enfoques plantean la desmercant­ilización de los bienes comunes y la necesidad de afianzar propuestas viables, con base en las economías locales y regionales, las experienci­as de agroecolog­ía, los espacios comunitari­os (indígenaca­mpesinos), entre otros.

En suma, el Antropocen­o como paradigma hipercríti­co exige repensar la crisis desde un punto de vista sistémico. Lo ambiental no puede ser reducido a una columna más en los gastos de contabilid­ad de una empresa, en nombre de la responsabi­lidad social corporativ­a, ni tampoco a una política de modernizac­ión ecológica o a la economía verde, que, grosso modo, apunta a la continuida­d del capitalism­o a través de la convergenc­ia entre lógica de mercado y defensa de nuevas tecnología­s proclamada­s como “limpias”. Finalmente, la actual crisis socioecoló­gica no puede ser vista como “un aspecto” o “una dimensión más” de la agenda pública, ni tampoco de las luchas sociales. Debe ser pensada desde una perspectiv­a inter y transdisci­plinaria, desde un discurso holístico e integral que comprenda la crisis socioecoló­gica en términos de crisis civilizato­ria y de apertura a un horizonte poscapital­ista.

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MARISTELLA SVAMPA*

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