“Usted sabe las ilusiones que presta la fortuna”
No se trataba de una opinión menor. Bolívar estaba en el cenit de su gloria, y a un paso de contemplar el imperio republicano que imaginaba a sus pies. José de San Martín, en cambio, había optado por abandonar la escena pública sudamericana después de renunciar al mando político y militar que lo había erigido en Protector del Perú introduciendo perplejidades de perdurable impacto. Desde luego, la apreciación de Bolívar aparecía impregnada por el lugar que el Libertador del Norte se reservaba en la epopeya libertadora continental. Quien se aprestaba a intervenir en el escenario peruano parcialmente ganado a la causa de la América libre, atribuía la independencia de medio continente más a la combinación fortuita de las circunstancias que a las dotes o destrezas del que había sido uno de sus más decididos promotores. Por supuesto, las veleidades de aquella coyuntura no le permitían todavía imaginar que el giro de la fortuna eclipsaría su propia estrella no solo porque, como San Martín, tendría que abandonar el Perú, sino también porque su aspiración de construir una patria americana en la geografía antes imperial quedaría despedazada ante la emergencia de una multiplicidad de patrias coaguladas sobre la base de las antiguas jurisdicciones coloniales o en unidades políticas más pequeñas.
Esa tensión entre virtud y fortuna enraizó en la mayoría de las versiones que ofrecieron los contemporáneos sobre el sinuoso derrotero de los Libertadores en el breve y violento momento de las revoluciones de independencia. Se trataba ni más ni menos que de una forma de entender la vida de hombres excepcionales o de los héroes que, si bien recuperaba la tradición de los clásicos, hacía de ese binomio un recurso eficaz para ubicar el haz de victorias, derrotas e incertidumbres en los trayectos vitales transformados por la Revolución.
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